viernes, 16 de agosto de 2013

BAJADA DE SUELDOS

Hace unos días llegaron “nuevas” propuestas de los organismos internacionales que nos tutelan para reactivar nuestra maltrecha economía, estigmatizada por unos niveles de desempleo record y brutales: en resumidas cuentas, bajar más los sueldos, disminuir las cotizaciones sociales y otra vuelta de tuerca al impuesto sobre el valor añadido. La controversia quedó servida. Dentro de lo nada sorprendente de esta receta, conocidos sus progenitores y antecedentes, el asunto da mucho para la reflexión y el debate.
Cuando no hay una moneda que devaluar, como ocurre en España, el empobrecimiento, por falta de competitividad, suele llegar por vías como las descritas. Cuando se devaluaba la moneda disminuía nuestra capacidad de compra; ahora nuestra capacidad de compra es menor vía reducciones en términos reales de los rendimientos del trabajo.
El problema de fondo es la competitividad de nuestra economía, problema complejo donde los haya, que no sólo se arregla bajando sueldos y subiendo impuestos. Ante una demanda doméstica decaída (y más deprimida que estará con medidas como las descritas), hemos de intentar que la demanda externa tire de nosotros, pero no olvidemos que estamos en la era de la globalización.
La cuestión no es sólo la cantidad de mano de obra disponible (cada vez más y de cualquier parte del mundo, lo que hace cada vez más fácil que haya alguien dispuesto a trabajar por menos dinero a cambio) sino la cualificación de esas personas y el valor añadido que pueden aportar. La cuestión no es sólo cuánto trabajamos, sino cómo trabajamos.
No es que trabajemos poco, ahí están las estadísticas del número de horas, sino que, en tantas y tantas ocasiones, trabajamos mal (o podríamos hacerlo mejor). La calidad y productividad del trabajo depende de numerosas variables: vocación, formación, motivación, medios (sobre todo tecnológicos) que se utilizan en el trabajo, organización, etc.
El riesgo es que sigamos perseverando en el círculo vicioso en el que ya estamos: salarios a la baja, motivación a la baja, formación a la baja, inversiones a la baja, deterioro en el servicio y atención al cliente…Todos, los empleados pero muy especialmente los niveles directivos, tenemos que romper esa dinámica perversa. Si no, incluso empresas que ahora parecen sólidas caerán (o se irán de nuestro país), con la profunda herida de los miles de puestos de trabajo que dejan en el camino.
Nos estamos dejando atrás en la fórmula “mágica” un factor fundamental: la llamada I+D+i. Y los principales agentes catalizadores de la investigación, el desarrollo y la innovación son las universidades. Éstas, ahora más que nunca y aún sabiendo que es una apuesta de medio/largo plazo, tienen que convertirse en auténticos motores de desarrollo económico a partir de una relación cooperativa con la sociedad, y eso, a mi modo de ver, sólo puede conseguirse de una manera: con un perfecto alineamiento entre lo que la sociedad (en cada territorio) necesita y la universidad ofrece. No podemos permitirnos que las necesidades y aspiraciones de ese territorio, una vez conocidas y definidas, vayan por un lado y los esfuerzos de la universidad, como principal agente generador y transmisor de conocimiento, vayan por otro. No pueden divergir por más tiempo: bien al contrario, sus responsables han de empeñarse en hacerlos converger.
No es una idea original, ciertamente, pero se ha dicho y escrito mucho más de lo que realmente se ha avanzado. Y hay una razón muy importante, aunque no la única, que lo explica: el sistema de gobernanza de las universidades españolas, en el que la sociedad ni siquiera tiene voz en el proceso de elección de los máximos responsables de las instituciones de educación superior: tan sólo los grupos internos, con sus respectivas cuotas de poder, formales e informales, e intereses son los que deciden el camino a seguir, sin que nada premie ni garantice ese imprescindible alineamiento que ha de marcar, nítidamente, las prioridades y la acción de gobierno.
Si alguien quiere ejemplos, los tengo. También son palpables las consecuencias, como también lo son las de la instalada globalización económica sin contrapesos equivalentes y eficaces de tipo político: la sociedad se está dualizando cada vez más, con unos ricos cada vez más ricos y una clase media (que es la que da estabilidad a los países) cada vez más menguada que ha nutrido con prisas y sin pausa (esperemos que pare) las largas filas de los que se sitúan por debajo del umbral de la pobreza.
Tenemos un enorme problema de falta de equidad que hemos de paliar, aunque también es verdad que otros países, en otras partes del mundo, están emergiendo. Un mundo nuevo se avecina, en el que la gran interrogante es cómo quedaremos nosotros dentro del mismo.
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Publicado en Huelva Información el 15/8/13, p. 5

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