En la reciente obra “Por qué fracasan los países” (Acemoglu y Robinson, 2012), sus autores tratan, como indica su subtítulo, de “los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza”, y defienden que “no es por el clima, la geografía o la cultura, sino por las instituciones de cada país”. Para completar mi teoría, ya Porter (1991) en su obra “La Ventaja Competitiva de las Naciones”, nos demuestra que la capacidad de los pueblos para organizarse es más importante que sus recursos climáticos o naturales.
Todo esto viene a colación, perfectamente, al caso de Huelva, la provincia de las eternas potencialidades pero de las escasas realidades; una provincia bendecida por la naturaleza (por su luz, su clima, sus playas, su naturaleza, sus paisajes, su biodiversidad, sus recursos mineros, sus tierras fértiles, etc.), pero que parece tener que soportar alguna “maldición” que le impide despegar y alcanzar mayores cotas de desarrollo económico y bienestar de sus gentes. Ya tampoco carece de recursos humanos cualificados: ahí está su universidad para formarlos desde 1993. ¿Cuál es, entonces, esa “maldición”? En las instituciones y sus élites, así como en nuestra capacidad para organizarnos encontraremos buena parte de la respuesta. Las élites que gobiernan las instituciones han de tener visión y peso (moral, intelectual y político) para liderar; han de ser instituciones y élites en las que se pueda confiar. Y la sociedad civil, principalmente en este caso los empresarios, capacidad para superar los individualismos y co-opetir (utilizando el término acuñado en 1996 por Brandenburger y Nalebuff), o sea, para cooperar en competencia: cooperar y competir son conceptos reconciliables, no antagónicos. Pero para lograrlo hacen falta crear instancias que canalicen esas relaciones de co-opetición.
Hagamos un poco de autocrítica y no sólo culpemos al “enemigo” exterior, aunque igualmente debamos reivindicar ante él que Huelva también existe, que necesita, por ejemplo, una comunicación de cercanías (no la llamada y obsoleta media distancia actual) digna con Sevilla, llamémosle lanzadera, que facilite las conexiones con el tren de alta velocidad. Hoy por hoy pensar en que el AVE llegue a Huelva no es una opción ni tan siquiera de largo plazo: era verosímil con el proyecto original de conectar Sevilla con Faro, pasando, naturalmente por Huelva. Desde el momento en que ese proyecto decayó, por decisión de las autoridades lusas, la reivindicación se convirtió en un sueño que, con la crisis, terminó por ser una pesadilla de promesas vanas para capturar votos de incautos, dañando seriamente la credibilidad de los proponentes y las instituciones a las que representaban. No se trata de renunciar a nada, pero sí de ser honestos, realistas y pensar en construir el cesto con los mimbres que tenemos.
Pese a la inadecuación institucional que padecemos (que no es sólo problema de Huelva, por supuesto) y a otros hándicaps, hay proyectos ilusionantes en nuestra provincia que están promoviendo esa economía moderna y sostenible a la que se refiere el título de este breve artículo. Ahí está, por ejemplo, el Parque Científico y Tecnológico de Huelva (PCTH), que representa una apuesta a largo plazo que pasa por algo fundamental en la economía global del siglo XXI: situar en el centro de nuestra arquitectura conceptual y de acción la innovación y el emprendimiento. O Centros Tecnológicos como Adesva, que está llevando a cabo una encomiable labor de dinamización de nuestro sector agroalimentario, para hacerlo aún más potente y con mayor capacidad de generar riqueza, inyectando tecnologías punteras. En el turismo, sin embargo, el otro gran puntal, estamos aún en pañales en cuanto a generación de conocimiento y transferencia del mismo, con algunas instituciones que parecen sólo empeñadas en un proyecto, el aeropuerto, que genera muchas dudas, sobre todo porque debe estar subordinado a un modelo de desarrollo turístico para la provincia que no sabemos cuál es y que, al menos un servidor, espera que no sea la réplica del caduco turismo de masas, propio del siglo pasado, no del actual, aunque resulte muy goloso desde el punto de vista de la especulación urbanística y de los ingresos que generaría en las exhaustas arcas de los entes locales.
Sabemos que, con carácter general en nuestro país, se generará poco empleo durante los próximos años, y que esta situación está afectando especialmente a los jóvenes. Con todo, y pese a los no demasiado halagüeños pronósticos de crecimiento, hay sectores con constituyen excepciones que hemos de aprovechar: las nuevas tecnologías (de la información y las comunicaciones, la bio-genética) y los nichos de empleo “verde” (medio ambiente y turismo), “azul” (energías, sobre todo las renovables) y “blanco” (salud, dependencia, atención a nuestros mayores).
También es verdad que casi todos
los mercados de empleo internacionales tienen mejores perspectivas que el de
España, al menos a corto plazo, y por eso nuestros jóvenes onubenses deben
prepararse pensando que han de aprovechar las oportunidades allí donde estén.
La peor de las
descapitalizaciones es la derivada de la pérdida de esos recursos humanos
cualificados que tanto cuesta formar. Bien al contrario, la provincia de Huelva
tiene condiciones, por su calidad de vida, para convertirse en un núcleo
atractor de talento: las llamadas clases creativas.
Este es parte de mi sueño, que me
permito compartir con usted, apreciado/a lector/a: esa economía moderna y
sostenible ha de ser una economía sustentada en las clases creativas, ya sea en
el campo de la ciencia, de la técnica, del arte... Hagamos una gran apuesta
colectiva en nuestra provincia para que nos conozcan (hay que mejorar nuestra
imagen exterior) y se queden entre nosotros ofreciéndoles, además de lo que ya
la madre naturaleza nos ha dado, unas condiciones atractivas para su desempeño
profesional, para desarrollar su creatividad. Aportarán mucho valor. Abrámonos
y acojámosles: cambiarán nuestra faz, nuestra manera (aún demasiado localista)
de ver el mundo, nuestra sociología. Esta sería la nueva Huelva del siglo XXI,
pero para ello debemos participar activamente en aquellas iniciativas que están
moldeando un nuevo futuro, como, por ejemplo, la Red Española de Ciudades
Inteligentes (RECI).
---Publicado en Revista RESURGIR, nº 25, Navidad 2013, p. 9.
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