Fuente: AVS. |
El llamado “Plan
para la transición hacia una nueva normalidad”, cuya propuesta de fecha 28 de
abril es la que conocemos en el momento de escribir estas líneas, trata de
establecer un marco de referencia para saber cuándo el confinamiento, el distanciamiento
físico y las restricciones a la movilidad, que tan severamente influyen
en la economía en general y en el sector de los viajes y el turismo en particular,
podrán aliviarse y, finalmente, eliminarse, en consonancia con la evolución de
la pandemia. Dentro de un contexto tan incierto, al menos las normas que se dicten
deberían ser claras y coherentes, fruto de un deseable consenso, lo más amplio
posible, entre las Administraciones públicas y los agentes sociales.
Esto es
especialmente importante si somos lo suficientemente conscientes y humildes
como para reconocer que, hoy por hoy, para contener esta pandemia tenemos los mismos
mecanismos que hace un siglo con la terrible y mal llamada Gripe Española
(1918-19), que infectó a aproximadamente un tercio de la población mundial de
entonces: las llamadas intervenciones no farmacéuticas, pues ni tenemos vacuna
ni medicamentos específicos para enfrentar este virus nuevo: los tendremos, pero
aún tardarán. Si además no tenemos claro cuál es el mapa real de afectación de la
pandemia (no se ha testeado masivamente a la población) y los datos disponibles
son poco fiables, la situación se complica aún más. Por ello, si de algo hubiera que pecar en este escenario, sería de prudencia. Actuar precipitadamente y relajar
la disciplina que exige la aplicación de las medidas de protección sería,
cuando menos, irresponsable. Una vuelta atrás sería terrible, también en términos
económicos.
Sin ánimo de
comparar con las fases del referido plan, pero sí de tomar en cuenta los plazos
(realistas a mi juicio) que ahí se ofrecen, en un documento del mes pasado (28
de marzo), el American Enterprise
Institute esboza una hoja de ruta con cuatro fases, estableciendo hitos o condiciones
medibles para el progresivo reinicio de la economía. Así:
*Gran parte del
mundo se encuentra actualmente en la fase uno (ralentizar la propagación del
virus).
*Para pasar a la
fase dos (nivel inicial de reapertura) se deben cumplir cuatro condiciones:
(1) reducción
sostenida en el número de nuevos casos durante, al menos, 14 días;
(2) los
hospitales pueden tratar a todos los pacientes que requieren hospitalización
sin recurrir a los estándares de atención de crisis;
(3) el sistema de
salud es capaz de testar a todas las personas con síntomas de covid-19; y
(4) el sistema de
salud es capaz de realizar un seguimiento activo de casos confirmados y el rastreo
de contactos.
En la fase 2 la
mayoría de las escuelas, universidades y empresas podrían reabrir, si bien el
trabajo a domicilio (o teletrabajo) debería continuar donde sea posible, las
reuniones sociales deberían permanecer limitadas a menos de 50 personas, y las
personas mayores de 60 años y con condiciones de salud delicadas deberían
seguir limitando los contactos.
Alcanzar la
segunda fase es fundamental para reiniciar la economía del turismo a nivel
local, nacional y quizás, aunque de forma limitada, internacional (por ejemplo,
viajes dentro de la Unión Europea). Podría decirse que algunos países, como
Corea del Sur, se encuentran en esta fase, pero para muchos de los principales mercados
turísticos (como España) no se espera que estas condiciones se cumplan hasta
dentro de 3-8 meses.
*Una vez que se logre
desarrollar una vacuna y se reciba autorización para su uso, con la
consiguiente protección inmunológica, estaríamos en la fase tres, en la que se
pueden levantar las restricciones de distanciamiento físico y otras
intervenciones no farmacéuticas. Una vez que la vacunación sea generalizada y
se complete esta fase, el turismo mundial será seguro para reiniciarse por
completo. Aunque se están realizando enormes esfuerzos para acelerar el
desarrollo y las pruebas de vacunas, el plazo estimado sigue siendo de 12 a 18
meses.
*La fase cuarta y
final (preparación para la próxima pandemia) necesita invertir en investigación
y seguimiento de enfermedades, en infraestructura de atención médica y personal
sanitario, así como en la mejora de las estructuras de gobierno y comunicación.
El turismo, en particular los viajes aéreos y los aeropuertos, debe ser parte
de los nuevos planes internacionales de control y respuesta rápida. Esto
también incluiría una mejor comprensión del papel del turismo en las pandemias.
Por tanto,
deberíamos asumir, con un criterio de prudencia, que el periodo pre-vacuna de
esta crisis va a ser más largo de lo que nos gustaría (aunque ojalá termine
siendo más corto, como a veces nos “venden”), ya que no es sólo el desarrollo y
autorización de la vacuna, sino la producción de ingentes cantidades de dosis y
una vacunación masiva. Sobre esta base, no sería descabellado pensar que
durante 2021 la co-existencia con el covid-19 seguirá imponiendo algunas
restricciones al normal desarrollo de la actividad turística, sobre todo a
escala internacional. Y aún en el post-vacuna, el turismo habrá de encontrar un
nuevo equilibrio entre libertad y control.
Por ello, la
definición de protocolos higiénico-sanitarios que provean de la máxima
seguridad posible en cualquier tipo de establecimiento turístico, la
implementación de las medidas que en ellos se contemplen en los centros de
trabajo y la verificación de su cumplimiento por parte de las autoridades
competentes, es una condición sine qua non para reiniciar estas actividades.
Esos protocolos deberían tener alcance nacional, y aún mejor europeo, con
certificaciones reconocidas y reconocibles que transmitan la confianza que se
requiere en estas circunstancias, dejando al margen las veleidades
regionalistas e incluso provinciales que hemos conocido.
La perplejidad se
produce cuando sin ni siquiera tener esos protocolos aprobados, el referido Plan
de transición permite la apertura de establecimientos, que veremos hasta qué
punto llega a producirse teniendo en cuenta, además, las limitaciones de movilidad
y aforo. Algo así como el mundo al revés, que revela precipitación y
descoordinación. El sector turístico, no lo olvidemos, es un integrado, no un mero
agregado de muchos agentes independientes; por el contrario, son absolutamente
interdependientes, lo que quiere decir que para que el sector funcione se debe
acompasar el reinicio de todos ellos, o de cuantos más mejor. ¿Qué mercado
puede generar una situación en virtud de la cual alguien va a salir del confinamiento
en su casa para confinarse en la habitación de un hotel de su propia provincia,
ya que fuera no puede hacer casi nada? Quizás disfrutar de la naturaleza en los
entornos rurales….
Ante el riesgo
evidente de una destrucción significativa del tejido productivo, no cabe más
que entender la preocupación de los empresarios por ésta y otras circunstancias,
ya sean de tipo:
*laboral (cualquiera con sentido común puede entender que las empresas no pueden asumir la totalidad de la plantilla, en función de las condiciones de los ERTEs, estando obligados a limitar su aforo, es decir, su actividad, severamente);
*financiero (por una liquidez que tarda en llegar por mor de procedimientos administrativos no suficientemente ágiles); y
*fiscal (el planteamiento no debería ser el de la moratoria de impuestos, sino el de su exención, ya sea total mientras se obligue al cierre total, o parcial en la medida en que se obligue a ejercer la actividad de forma limitada; no parece razonable -sin entrar en consideraciones legales que se me escapan- que quien obliga a no realizar, o a realizar parcialmente, el objeto social de la empresa, pretenda cobrarle los mismos impuestos, aunque sea diferidamente, que cuando sí podía realizarlo plenamente).
*laboral (cualquiera con sentido común puede entender que las empresas no pueden asumir la totalidad de la plantilla, en función de las condiciones de los ERTEs, estando obligados a limitar su aforo, es decir, su actividad, severamente);
*financiero (por una liquidez que tarda en llegar por mor de procedimientos administrativos no suficientemente ágiles); y
*fiscal (el planteamiento no debería ser el de la moratoria de impuestos, sino el de su exención, ya sea total mientras se obligue al cierre total, o parcial en la medida en que se obligue a ejercer la actividad de forma limitada; no parece razonable -sin entrar en consideraciones legales que se me escapan- que quien obliga a no realizar, o a realizar parcialmente, el objeto social de la empresa, pretenda cobrarle los mismos impuestos, aunque sea diferidamente, que cuando sí podía realizarlo plenamente).
El turismo sólo
es posible si hay turistas, es decir, personas con voluntad y recursos para
viajar, que quieran y puedan hacerlo. Y los habrá con esa capacidad si la
economía (la nuestra y la de nuestros principales socios comerciales) se
recupera, es decir, si hay empresas y gente que trabaja en ellas. Ahí es donde
está el quid de la cuestión, equilibrando los condicionantes de las
tres crisis que tenemos ante nosotros: la sanitaria, la de la recesión
(esperemos que no depresión) económica y la de las finanzas públicas (el escenario del rescate, y su intervención, resulta verosímil). Es
evidente que la situación es extremadamente compleja, pero al menos, como se
decía al comienzo, dotémonos de un marco de actuación claro, coherente y, en la mayor medida
posible, consensuado. En el BOE podremos constatarlo muy pronto.
http://alfonsovargassanchez.blogspot.com/2020/04/el-turismo-post-coronavirus-viii.html
(Post nº 315 de este blog)
https://www.hosteltur.com/comunidad/004104_el-turismo-post-coronavirus-ix.html |
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