1.-Este es un oficio peculiar (en realidad no conozco otro donde ocurra y se tolere sistemáticamente lo que sigue): cualquiera con dedicación a tiempo completo se puede limitar a cumplir, a secas, con sus tareas docentes y eludir año tras año tras año las obligaciones que también tenemos como investigadores. Aunque la carga que representa el dispar número de alumnos según titulaciones y asignaturas es algo que merece ser tenido en cuenta, el CV nos retrata bastante bien, pero jamás ninguna autoridad académica ha remediado este desequilibrio, de sobra conocido: se ha mirado hacia otra parte. Quienes no quieran, no les guste o no sepan investigar (lo cual no deja de poner en entredicho las reglas de selección del profesorado y, en general, el funcionamiento institucional), debieran compensar con una mayor actividad docente. Parece equitativo, ¿no? Creese, entonces, el perfil exclusivamente docente del profesor universitario, con mayor carga lectiva y sin obligaciones de investigación, tan digno y necesario como cualquier otro.
2.-¿Por qué sucede esto? Fundamentalmente porque el sistema de gobernanza en la universidad pública española es de carácter político: es una cuestión de poder y de votos para poder "mandar", a los varios niveles dentro de la estructura. La posición que uno ocupe en el continuo entre quienes no producen y quienes se "autoexplotan" es prácticamente irrelevante. Los dos extremos caben y se dan, sin que tenga que ver con categorías administrativas, lo que hace que la media de la producción científica no sea representativa, dada su gran dispersión. No parece justo que sean tratados igualmente unos y otros, ¿verdad? Además, en virtud de su autonomía, este sistema autogestionario y endogámico se traslada a todas las facetas de la vida universitaria, algunas tan trascendentales como los planes de estudio, fuente de tantas disputas internas e insatisfacciones externas.
3.-En un sistema de esta naturaleza, el principio de mérito y capacidad (la teórica piedra angular de la institución universitaria) queda menoscabado, cuando no en un segundo plano (no es infrecuente que se vea subvertido por las filias y las fobias). El resultado es de gravedad extrema: la mediocridad, aunque no pueda acabar con islas de indudable brillantez y prestigio. Por ejemplo, criterios de comportamiento responsable, además de la razón, dictan que para atender las necesidades sociales las organizaciones han de poner en juego sus mejores recursos (sobre todo humanos); sin embargo, nuestra lógica universitaria no garantiza que esto sea así cuando se coloca en el mercado un producto educativo. Ítem más, sin perjuicio de honrosas excepciones, los puestos de gestión suelen estar ocupados por los menos productivos científicamente hablando (lo que no sirve de excusa ni para los elegidos ni para quienes los eligen). ¿Por qué, si hay que reducir plantilla, el criterio tiene que ser beneficiar al profesorado a tiempo completo frente al que está a tiempo parcial, sin más? Aparte de por ser lo más fácil, ¿por qué este designio, en lugar de tratar de mensurar, aunque ciertamente sea más difícil, el valor añadido que cada cual aporta a la institución? ¿Tendrá algo que ver con los votos?
4.-Dicho esto, ¿con qué fondos contamos para investigar el común de los mortales? Mejor no dar cifras para evitar un sonrojo mayúsculo, porque son ridículas: auténtica miseria, por más que la propaganda oficial venda otra cosa, que suele ser humo. Eso sí, aunque somos investigadores (además de docentes) y no administrativos, burocracia y sistemas de gestión manifiestamente mejorables no faltan, mermando la productividad. Pues pese a todo producimos y hasta mejoramos: casi un milagro.
5.-Lo mismo se puede decir de los fondos para movilidad, si queremos tener una presencia y un nombre en el mundo. Esta situación de verdadera penuria y frustración para el común de los universitarios (la mayoría no somos premios Nobel ni nos acercamos, pero nos esforzamos al máximo y queremos cumplir con nuestro papel) es parte del maltrato: tenemos que publicar en revistas internacionales de esas llamadas de impacto y debemos acudir a eventos científicos donde dar a conocer nuestros trabajos, pero ¿dónde está el presupuesto? Son muchos quienes cumplen con esta exigencia poniendo el dinero de su propio bolsillo, parcial o totalmente: de pena, pero real, aún más teniendo en cuenta nuestros re-recortados sueldos, primero por los unos y luego por los otros (eso sí, ni unos ni otros dijeron que lo iban a hacer). ¿Para cuándo medidas de racionalización que no sean éstas, que las hay y muchas? ¿Cómo no va a haber fuga de talentos? Hasta a mi me aumentan cada día las ganas de emigrar.
6.-Para colmo, ahora viene el Ministerio y confunde de una manera flagrante (no sé si por desconocimiento o por fundamentalismo) la investigación con la investigación de excelencia, admitiendo (aún siendo discutible) que esta última es la que lleva pareja el reconocimiento de los controvertidos y no suficientemente transparentes sexenios de investigación (sobre todo en algunos campos científicos). El mensaje que el actual Gobierno de España parece querer trasladarnos es que todo aquel que no obtenga un sexenio no investiga y, por tanto, tiene que asumir una mayor carga docente. Pero, ¿qué hay de aquellos investigadores activos que, aún realizando una labor investigadora digna, no obtienen el referido sexenio, nacido como mero complemento retributivo? Había que actuar, sí, pero para hacer algo más equilibrado: esto nos llevará a un sistema universitario cada vez más dual (que nadie piense que lo digo porque no tengo sexenios: no es el caso).
7.-Este sistema nos aleja del tejido empresarial, de las necesidades sociales. El impacto de las referidas revistas, en las que nos obligan a concentrar casi todo nuestro esfuerzo, es meramente académico: los trabajos publicados en estos medios llegan a más colegas dentro del mundo universitario, pero no llegan en absoluto a las empresas y tomadores de decisiones. Esta exigencia nos ha hecho mejorar nuestro desempeño investigador, lo reconozco, pero no ha mejorado en nada, quizás al contrario, la transferencia del conocimiento generado al mundo real. El sistema no nos ayuda a sentirnos socialmente útiles.
8.-Y a todo esto, el reconocimiento social de nuestro trabajo se deteriora: hay hasta responsables públicos que se permiten afirmar o sugerir que trabajamos poco y tenemos muchas vacaciones. El sentimiento de maltrato se me ha agudizado cuando he comprobado que en Irlanda las vacaciones de verano se alargan desde el 20 de junio hasta el 1 de septiembre. No creía lo que me decían estudiantes irlandeses que tengo en mi curso, pero contacté con su universidad de origen y me lo confirmaron: es parte de los beneficios que les ofrece su institución. Pues nosotros, el mes de Agosto y basta (como debe ser).
9.-En fin, lo dejo aquí: creo que son suficientes argumentos, no de ahora sino crónicos casi todos ellos, para que cualquiera se dé cuenta de dónde están algunos males de nuestro país, que sólo saldrá adelante a medio/largo plazo si hace una apuesta decidida por la I+D+i, lo cual significa una apuesta por agentes del conocimiento (principalmente universidades) que trabajan como socios de las administraciones públicas y del tejido productivo. Esto no es un gasto, es una inversión. Hacer carrera universitaria hoy es una desmedida carrera de obstáculos y penurias: mucha vocación hay que tener, y aún así, tristemente, no la recomiendo. El problema es que sin sangre nueva que empuje desde abajo las organizaciones se anquilosan.
10.-Y por supuesto, nadie debe quedar excluido de la universidad si tiene capacidad intelectual pero no capacidad económica. Cierto es que hay estudiantes en las universidades sin esa capacidad intelectual (y esto debe ser analizado, pues podrían desarrollarse profesionalmente siguiendo otras vías igualmente dignas y necesarias para la sociedad, como la formación profesional), pero las medidas que afecten a este principio tienen que ser muy ponderadas. La igualdad no existe (somos diferentes por naturaleza), pero sí la igualdad de derechos/obligaciones y de oportunidades, que deben ser preservadas.
P.D.1: A quienes afirman que sobran universidades en España, les diría que lo que ha sobrado es incapacidad de los gestores universitarios (políticos y académicos) para salir del paradigma cuantitativo del crecimiento compulsivo y reconfigurar los modelos autonómicos (por ejemplo en Andalucía, pero diría que también en otras Comunidades), definiendo de verdad los correspondientes campos de especialización de las universidades pequeñas/medianas (algunos lo hemos predicado en el desierto durante años). Estas son las verdaderas decisiones estratégicas que, en general, se han hurtado y que ahora, después de tantos años perdidos, son más difíciles de tomar, por lo irreversible de ciertas situaciones. El sistema de gobernanza referido más arriba tendrá algo que ver, ¿no le parece, amigo/a lector/a? Del fiasco que, también en general, ha representado la reforma derivada del llamado proceso de Bolonia, la del Espacio Europeo de Educación Superior (que no ha dejado de ser una entelequia), mejor no hablar, porque intuyo que pronto llegará la contra-reforma. ¿Para cuando un marco relativamente estable en el que trabajar?
P.D.2: Creo en un sistema con una gestión mucho más profesionalizada, en la que el PDI se dedique a lo que supuestamente sabe hacer, porque es para lo que ha sido formado: a enseñar y a investigar; a transmitir y a generar conocimiento. Lo demás, las cargas de gestión, las menos posibles: la productividad aumentaría bastante. Participar en los órganos de representación para definir prioridades, directrices, líneas de actuación, planes,..., si; pero a partir de ahí la ejecución para los profesionales de la gestión, no para PDIs aficionados: ni el voluntarismo bienintencionado ni el deseo de controlarlo todo son buenas recetas. Ciertos cargos serían perfectamente prescindibles, sobre todo en las universidades de menor tamaño, donde existen deseconomías de escala: en sus estructuras de funcionamiento, la universidad del siglo XXI, aún con el formato de burocracia profesional que definió Mintzberg, no ha evolucionado al ritmo de los tiempos. Naturalmente, esa profesionalización implica mecanismos eficaces de control, de rendición de cuentas y de transparencia. Lo peor es que también creo que no tiene arreglo: tras todos estos años no he visto a ningún gobierno, ni de un color ni de otro, abordando en profundidad el problema más complejo y de fondo: el de la gobernanza, por más que tengamos la referencia de cómo lo hacen las mejores universidades del mundo. No todo es cuestión de "pasta", sino también de reglas de funcionamiento (y luego de liderazgos).
Querido Alfonso, no puedo estar más de acuerdo contigo en cada uno de los puntos.
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