Desde que la crisis se hizo evidente, y por tanto no era
difícil anticipar que tendría un efecto negativo sobre el turismo, quien
escribe viene defendiendo que ésta es una buena oportunidad para replantearnos
nuestro modelo turístico, para provocar un nuevo impulso creativo, para seguir vertebrando,
sobre nuevas bases (no volveremos al escenario pre-crisis), una industria
turística emergente en la que todavía hay muchas cosas por hacer. Dentro de ese
mosaico de factores que hay que repensar, se encuentra el turismo residencial,
segmento a caballo entre el producto turístico e inmobiliario. La construcción
ha sido un sector damnificado (e incluso injustamente demonizado pese a sus
excesos) por la crisis, y sabemos que las transmisiones de viviendas han caído
a plomo en estos últimos años, sobre todo en la costa. El desafío está servido:
dentro de ese plan global para el turismo provincial, necesitamos de actuaciones
que revitalicen ese alicaído turismo residencial, con la prioridad de dar salida
al stock de viviendas vacías existente.
Como en toda actividad económica, el ajuste vía precios es
inevitable, con el agravante de un acceso al crédito demasiado restringido. Lo
que está sucediendo en el vecino Algarve es una referencia interesante: el 90%
de las compraventas están teniendo lugar al contado; la reducción de precios
está estimulando a quien tiene algunos ahorros a comprar: se compran viviendas
para luego alquilarlas, pensando sobre todo en el turismo internacional, que es
el que tira.
Lo que tiene que hacer la Administración es no suplantar y
competir deslealmente con la empresa privada, haciendo lo que ésta ya hace de
forma más eficiente, sino orientar, coordinar y establecer un entorno institucional
que libere de trabas a los agentes económicos para que estos puedan operar:
tenemos un buen ejemplo en el turismo en general y en las viviendas turísticas
(o turismo residencial) en particular.
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Publicado en El Periódico de Huelva, 18-11-12, p. 4.
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