lunes, 29 de octubre de 2018

EL REGALO ENVENENADO DEL BUENISMO

Veamos: una cosa es aplicar la inteligencia para poder ver el lado positivo (las oportunidades) que todo fracaso o crisis pueda tener, así como reconocer nuestras fortalezas, y otra el persistente mensaje buenista de una realidad disfrazada de quasi-paraíso terrenal por voceros que ensalzan hasta la exageración sus potencialidades únicas. Quizás desde la mejor intención de quedar bien con la parroquia. La paradoja es que ese paraíso nunca llega, pero se promete una y mil veces: nos gusta ser halagados y escuchar que lo nuestro es lo mejor, lo más hermoso, lo más excelso…pero deberíamos preguntarnos por qué, tras muchos lustros insistiendo en el mismo mensaje, esas potencialidades (que, situadas en sus justos términos, sin duda existen) no se convierten en realidades que permitan mejorar (en términos relativos, es decir, por comparación) el nivel y las condiciones de vida de la gente. ¿Hay que seguir comprando ese mensaje, sin más? Einstein ya nos advertía que no pretendamos que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo.

Un proverbio danés dice que: “En los tiempos de grandes vientos de cambio, muchos construyen refugios y se meten adentro, otros construyen molinos y se enriquecen”. El refugio, en este caso, es la invitación a no pensar, a no divergir del pensamiento dominante. Las llamadas a la unidad, lo son a la unidad con el “establishment”, es decir, a no cambiar pese a que el mundo exterior lo hace y nosotros quedamos rezagados: no se trata de unidades monolíticas, sino de capacidad para llegar a acuerdos en una sociedad cada vez más plural.

Y aquí es donde entran en juego los vendedores del buenismo mal entendido, favorecedor de un ensimismamiento paralizante cuan cloroformo social, ayuno del germen del progreso que está en la autocrítica. De un buenismo que sirve de escudo psicológico para abstraerse de aquella parte de la realidad que nos incomoda y ante la que nos cuesta comprometernos (como vía hacia la felicidad, dicen algun@s, será por aquello de ojos que no ven corazón que no siente). El buenismo que, subrepticiamente, inyecta el miedo al cambio, a construir esos molinos del proverbio danés: ¿para qué cambiar si estamos rodeados de bondades y el paraíso prometido está en camino?

No se trata de estar continuamente flagelándonos, pero tampoco de no mostrar perfiles de la realidad que ese buenismo adormecedor de conciencias y voluntades deja deliberadamente al margen. No necesitamos salvadores buenistas, aunque sean premiados por el poder establecido y resulten cómodos a mucha gente para evitar enfrentar verdades perturbadoras, sino profesionales que afronten los problemas con realismo, es decir, con todas sus aristas, positivas y negativas, prometedoras y amenazadoras, sin amputar ninguna, para poder comprenderlos cabalmente. Esto es lo que, en serio, nos hará confiar en nuestras posibilidades, no hacernos trampa jugando al solitario. En palabras de Carl Rogers, psicólogo estadounidense: “Solo podemos cambiar lo que comprendemos”, y el referido buenismo no es sino una ilusión distorsionadora de la realidad.

Este fenómeno contemporáneo, alineado con la búsqueda del placer en el presente frente a la frustración de empeñarse en crear un futuro diferente, conecta con otra de las causas explicativas de la parálisis que nos atenaza:  las barreras al aprendizaje. Una de las tradicionales, y que viene al caso, es la de la búsqueda del enemigo exterior, es decir, la práctica de culpabilizar de nuestros males a los demás, sin reconocer nuestros propios errores. Esto, como no puede ser de otra manera, imposibilita corregirlos y mejorar: el buenismo, desde su incapacidad de cuestionamiento al estar instalado en la autocomplacencia, impide el aprendizaje y, con ello, la mejora y el progreso.

Ya Confucio enseñaba a sus discípulos aquello de que “sólo los más sabios y los más estúpidos no cambian nunca”. Como sabios hay poquísimos, no debiéramos incluirnos en el segundo grupo. Lo que no ha funcionado debería cambiarse, eso sí, con alternativas sólidas y creíbles.

Esta es una invitación a la reflexión, para que cada quien la aplique a su propia realidad. Parte de la mía quedó plasmaba hace unos pocos meses en este post: https://alfonsovargassanchez.blogspot.com/2018/06/algunos-indicadores-de-la-ciudad-de.html

¿Hacemos como que no existe? ¿Ignoramos adónde hemos llegado? Las soluciones son complejas, pero tengo claro que el buenismo, con su regalo envenenado, no ayuda.



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