viernes, 1 de abril de 2022

EL ESLABÓN PERDIDO

Aún con todas las incertidumbres que nos acucian, pese a que sin haber salido aún de la devastadora crisis de la pandemia ya estamos inmersos en otra de consecuencias que todavía no podemos mensurar cabalmente, pese a que los problemas seguirán sucediéndose, la industria turística ha salido y saldrá adelante: el deseo de viajar es patente, del mismo modo que la voluntad de no renunciar a dejar de satisfacer esta necesidad, de un modo u otro según las circunstancias.

La recuperación del turismo puede tomar dos vías: la de hacer más de lo mismo (la pandemia no ha sido más que un paréntesis traumático, y volvemos a la senda que traíamos) o la de hacer algo nuevo, tratando de corregir los excesos e impactos negativos (tanto de tipo ambiental como social) de ese pasado reciente. Este es un asunto complejo, con las aristas propias de intereses diversos y hasta contrapuestos, cuya resultante dependerá de la correlación de fuerzas que se dé en cada destino: del entorno institucional y las presiones que ejerza, de la cultura empresarial, del comportamiento y exigencias de los turistas…Y aquí es donde entre en juego el modelo de gobernanza que se aplique.

De la misma manera que la gestión del turismo no puede desligarse del urbanismo, del medioambiente, de la cultura, del deporte, de los servicios públicos en general (el turista es como un residente temporal), dicha gestión no se hace sólo para el turista y las empresas del sector, sino también para quienes allí residen de forma permanente con vistas a mejorar su calidad de vida.

Y este último elemento suele ser el eslabón perdido (de ahí el título de este post) en los procesos de planificación turística, o en el mejor de los casos dejado en un plano muy secundario. Cuando se habla de gobernanza turística y su mejora se alude a la necesidad de nuevos modelos de participación ciudadana y concertación público-privada, pero, hasta donde llega mi conocimiento en la materia, los avances en la introducción de mecanismos permanentes de participación efectiva del ciudadano-residente (y no sólo para ser escuchado) son aún muy limitados o nulos, aunque existen excepciones de destinos que ya han empezado a recorrer ese camino.

Reparemos en que ese camino no es otro que el de la sostenibilidad social; el camino de la generación de turismofilia, no de turismofobia; el camino de construir un destino no para la gente (entre representantes de las administraciones públicas y de las organizaciones empresariales), sino con la gente (con la complicidad y contribución de las comunidades de acogida).

Además de ser quien vota y elige a sus representantes políticos, el residente en esas comunidades, si se identifica con el proyecto, puede llegar a ser el mejor embajador del mismo: además de con pasión, lo venderá gratis allí donde vaya y con el efecto multiplicador que hoy confieren las redes sociales, los blogs, etc. También gastan en negocios ligados al turismo como los de restauración, entre otros (¿qué otros clientes había durante los momentos más duros de la pandemia?) y llevan familiares y amigos a los mismos. Son potenciales emprendedores, generando flujos de abajo hacia arriba para el desarrollo del turismo, además de un elemento indispensable para avanzar en la aplicación de los principios de la economía circular, es decir, para minimizar los impactos ambientales. Esas comunidades locales son las depositarias del patrimonio cultural (modos de vida, costumbres, oficios tradicionales…) que define la idiosincrasia y autenticidad del destino; son quienes, en buena medida, cuidan del patrimonio natural del mismo, que sienten como suyo. Contribuyen decisivamente a formar la imagen del destino que los visitantes se llevan consigo al interactuar con ellos, ya sea como trabajadores del sector, como anfitriones o porque simplemente comparten espacios y servicios públicos. Los residentes, por su apego a la comunidad de que forman parte, son un factor esencial para aumentar la capacidad de resiliencia del destino.

Por tanto, si aceptamos lo antedicho acerca de la importancia de que los residentes se identifiquen con el modelo de desarrollo turístico para su ciudad, mancomunidad, comarca, provincia, el correlato lógico sería vertebrar mecanismos estables de participación, no sólo para darles voz, sino incluso para que pudieran tener su propio espacio e influencia en la toma de decisiones. No se trata sólo de preguntarles sobre asuntos que afectan a sus vidas cotidianas (qué menos, ¿no?), sino, hasta cierto punto, de empoderarles.

Cierto es que existe un problema de legitimidad para identificar qué colectivos son los que mejor representan a esas comunidades de acogida, pero para eso está la experiencia de destinos que han abordado esta cuestión y el aprendizaje que puede obtenerse de los mismos. Por ejemplo:

-En la ciudad de Barcelona existe un órgano de participación denominado “Consejo de Turismo y Ciudad”, en el que la mayor de sus miembros son representantes de entidades e instituciones vecinales, además de expertos del ámbito profesional y académico y técnicos municipales. Sus resoluciones no son vinculantes pero sirven de base para la toma de decisiones en el Pleno del Ayuntamiento.

-En la ciudad de Sevilla, al hilo de la movilización liderada desde su Ayuntamiento para afrontar los efectos de la pandemia sobre el turismo y su recuperación (el llamado Plan 8), se ha puesto en marcha el “Consejo Local de Turismo”, concebido como un instrumento de diálogo, participación y concertación que suma a los agentes turísticos tradicionales, las entidades vecinales, religiosas, sociales, militares o universitarias, así como al resto de las administraciones públicas.

-En Venecia (Italia) también existe un órgano de participación de amplio espectro, denominado “Consulta per il turismo”.

-En Portugal, la ciudad algarvía de Loulé hace años que apostó por un modelo de turismo creativo (“Loulé criativo”) en el que la pieza clave es la implicación de la población local.

-En la localidad portuguesa de Óbidos, sus residentes juegan un papel fundamental a la hora de decidir la frecuencia de los eventos que allí se organizan, para lograr un equilibrio con su ritmo de vida habitual.

-Etc.

La invitación a vertebrar un modelo de gobernanza que nos permita incorporar ese eslabón, en tantos casos perdido, está servida. No bastan los habituales partenariados público-privados (las 3Ps), es decir, entre administraciones públicas y organizaciones empresariales: necesitamos articular una gran alianza con la sociedad en su conjunto, lo que me he permitido en llamar el modelo de las 4 Ps: Public-Private-PEOPLE-Partnerships. Ya hay quienes lo han encontrado y están haciendo buen uso de él. Ahora que tanto se habla de turismo inteligente, no sería tal si no se siguiera esta senda, sin perjuicio del contexto singular y las particularidades propias de cada destino.

Fuente: Pexels

También en Hosteltur: https://www.hosteltur.com/comunidad/005018_el-eslabon-perdido.html

(Post nº 406 en este blog)


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