viernes, 16 de diciembre de 2022

POR QUÉ LAS COMUNIDADES LOCALES SON ESENCIALES PARA UN SANO DESARROLLO TURÍSTICO

En otras ocasiones me he referido a la necesidad de avanzar hacia un modelo de gobernanza turística que haga co-participes de la misma no sólo a Administraciones públicas y a organizaciones empresariales, sino también a las comunidades locales receptoras de los flujos turísticos. La coordinación entre las diferentes Administraciones públicas con incidencia en la actividad turística, así como la cooperación entre éstas y las organizaciones empresariales son, ciertamente, fundamentales para la generación de sinergias positivas. Sin embargo, no son los únicos agentes concernidos, de ahí que la llamada co-gobernanza deba incluir, para ser más eficaz y alcanzar los necesarios equilibrios entre intereses que pueden divergir, otros integrantes de este vasto sistema, singularmente las comunidades locales, es decir, los residentes en los destinos, a pesar de que, en la práctica, la identificación de las organizaciones que legítimamente les representan pueda añadir dificultades.

Podríamos extender este discurso apoyándonos en el llamado modelo de la quíntuple hélice (Carayannis, Thorsten & Campbell, 2012), que tiene su antecedente en la triple hélice de Etzkowitz & Leydesdorff (1995) -que ya abogaban por el alineamiento entre gobiernos, empresas y universidades para la creación de riqueza a través de la generación de conocimiento y la innovación- y en la cuádruple hélice propuesta por Carayannis & Campbell 2009)., que integra a la comunidad y su cultura (organizaciones de la sociedad civil y personas individuales). En suma, se llama quíntuple hélice a la interacción de cinco ejes o aspas: la universidad (hélice educativa), la empresa (hélice económica), la administración pública (hélice política), la comunidad (hélice social) y (he aquí la quinta) el medio ambiente (o hélice medioambiental, imprescindible para la promoción del desarrollo sostenible en la sociedad).

En este contexto, me limitaré en este post a argumentar la importancia de la comunidad local para la co-gobernanza de un destino turístico y a su trascendencia para hacer posible un desarrollo sano de esta actividad económica, con implicaciones sociales y ambientales que no pueden ser eludidas.

¿Por qué se produjeron, ya antes de la pandemia, determinadas reacciones adversas que dieron lugar al fenómeno conocido como turismofobia, que una vez los viajes han recuperado su pulso normal (o casi) y la máquina del crecimiento se ha reactivado ha vuelto a colocar este problema en el foco mediático y de los gestores de los destinos que lo sufren como contrapunto a su éxito cuantitativo? Podríamos referirnos a tecnicismos como la capacidad de carga y su desbordamiento en determinados núcleos (urbanos, rurales, de playa o del tipo que sea), la gentrificación de centros históricos, etc., pero, dicho con palabras más llanas, el problema se genera cuando quienes allí residen de manera permanente empiezan a sentir que la fricción con los turistas perturba y perjudica en exceso sus vidas, comenzando a percibir incompatibilidad con ellos y que los efectos negativos superan a los positivos (lo que se conoce como el intercambio social). Y cuando nadie les pregunta, les escucha, les tiene en cuenta, cuando se toman decisiones que afectan severamente a sus vidas sin contar con ellos, la gente empieza a manifestarse contra el turismo, cuando en realidad el problema no es el turismo (no olvidemos que, generalizando, a todos nos gusta ejercer, y ejercemos, de turistas de vez en cuando, sin querer renunciar a ello), sino la gestión que se hace del mismo, la gobernanza turística.

La primera derivada es, pues, clara: las comunidades de acogida tienen que incorporarse a esa referida co-gobernanza, con voz, es decir, a través de cauces estables de participación ciudadana, y también con voto en aquellos asuntos más trascendentes desde el punto de vista del impacto potencial en sus vidas (por ejemplo, la regulación de las viviendas y apartamentos con fines turísticos, un botón de muestra de la necesidad de evitar el intento imposible de mezclar agua y aceite). ¿Sería aceptable lo contrario en una democracia madura?

En segundo término, el turismo no se entiende hoy en día si no es desde su faceta experiencial. Más que hablar de productos, se habla de experiencias, que hemos de intentar que sean memorables para que sean compartidas y el turista se convierta en nuestro mejor altavoz y prescriptor, promocionándonos gratis. A su vez, un determinante clave de ese carácter memorable es la autenticidad de la experiencia, y esa autenticidad depende mucho (sin perjuicio de otras dimensiones de la misma) de la interacción con la población local: su dimensión social es clave. Por eso también lo es que esas personas sean, se sientan, co-participes del desarrollo turístico de su comunidad, conforme a un modelo que ellos también contribuyeron a co-decidir y están contribuyendo a co-crear. Un destino es un territorio donde vive gente, que produce (productos alimentarios, artesanales o de otro tipo que le confieren una singularidad), con un patrimonio (material e inmaterial) que muestra su identidad y su cultura, que es visitado (y que necesita, por ello, de la definición de un modelo turístico que exprese la aspiración colectiva de dicha comunidad) y que, finalmente, es gobernado. Es en este último elemento en el que se pretende incidir, sabiendo que:

*un destino es hoy en día, sobre todo, el sumatorio del conjunto de experiencias que se ofrecen al visitante;

*la autenticidad de las mismas es la que, en buena medida, las diferencia y hace posible que pueda competir en valor más que en precio;

*para conseguirlo la interacción con la comunidad de acogida es básica.

¿Cómo no incluirla, entonces, en los mecanismos de gobernanza del destino? El turismo no se hace sólo entre representantes políticos y representantes empresariales para la gente, sino con la gente: para versus con, ahí está la gran diferencia. Aún se encuentra uno con representantes de estas organizaciones que, con conceptos trasnochados, ante planteamientos de este tipo espetan para contrariarlos expresiones como: “¿y la gente qué sabe de turismo?; quienes saben son los empresarios, y punto”. Este tipo de mentalidad, que aún existe a este nivel, sigue siendo un factor limitante.

En tercer lugar, ahora que tanto se habla de los destinos turísticos inteligentes, ligados a las nuevas tecnologías y su capacidad para generar datos que facilitan una comprensión más cabal de nuestros problemas y una toma de decisiones que permita alcanzar mayores cotas de eficacia y eficiencia, no deberíamos olvidar la importancia del recurso conocimiento en otro sentido: el conocimiento, a menudo tácito, que atesoran las comunidades locales, frecuentemente las personas de más edad, con el consiguiente riesgo de que ese conocimiento acerca de oficios, costumbres, tradiciones…termine perdiéndose. Si esto ocurre, se estaría renunciando a parte de la idiosincrasia, de la singularidad, de la autenticidad del territorio objeto de la visita turística; se estaría dejando escapar un recurso valioso con el que apuntalar esas experiencias memorables a las que nos venimos refiriendo. No evitar esta pérdida sería muestra de una falta de inteligencia imperdonable, y para evitarlo las comunidades locales tienen que estar presentes en la gobernanza del destino.

En cuarto lugar, aparte de ese caudal de conocimiento (que si es tácito debe hacerse explícito para que pueda ser compartido y aplicado) y también de ideas, de iniciativas, de creatividad que está en esas comunidades, que en modo alguno debe despreciarse, no olvidemos, y la pandemia nos lo ha mostrado con meridiana claridad, que los residentes también pueden ser turistas y/o excursionistas en sus propios territorios. El trauma de la COVID-19 ha dejado patente cómo el sector turístico (hotelería, restauración) han ayudado a la población a sobrellevar la enfermedad y sus consecuencias, pero también es cierto que esa población ha hecho posible que muchas de estas empresas pudieran seguir operando y lograran sobrevivir: eran sus clientes, a veces los únicos. Incluso han redescubierto sus propias ciudades y territorios más cercanos, volviendo su mirada e interés hacia ellos aún después de ese periodo crítico. No deberíamos descuidar ese mercado, fruto de lo aprendido.

En suma, no se trata de gestionar un destino, sino de gestionar una comunidad, con residentes permanentes y turistas o residentes temporales. El bienestar de ambos debe colocarse en el centro de nuestra arquitectura estratégica y gobernanza. A estas alturas del siglo XXI, cualquier modelo de desarrollo turístico que se construya a la antigua usanza, o sea, de espaldas al bienestar de las comunidades de acogida terminará fracasando. Los números (el crecimiento del número de turistas y pernoctaciones y otros indicadores cuantitativos al uso) pueden mostrar lo contrario a corto plazo, y suele haber mucho de miopía cortoplacista en las decisiones políticas marcadas por los horizontes electorales y en las empresariales más orientadas a la especulación, pero la falta de apoyo de la población residente terminará siendo como un boomerang que se nos volverá en contra y pondrá en riesgo la estabilidad que proporciona la turismofilia, tanto más cuanto más dependientes seamos de la industria turística. Una sociedad volcada en el turismo tiene que ser una sociedad educada para el turismo: una ayuda, una indicación, un comentario, una sonrisa amable de alguien del lugar pueden marcar la diferencia. No demos todo esto por sentado.

Referencias

Carayannis, E.G.; Barth, T.D.; Campbell, D.F.J. The Quintuple Helix innovation model: global warming as a challenge and driver for innovation. Journal of Innovation and Entrepreneurship, Vol. 1, No. 2, pp. 1-12, 2012.

Carayannis, E.G.; Campbell, D.F.J. ‘Mode 3’ and ‘Quadruple Helix’: toward a 21st century fractal innovation ecosystem. International Journal of Technology Management, Vol. 46, No. 3/4, pp. 201-234, 2009.

Etzkowitz, H.; Leydesdorff, L. The Triple Helix -- University-Industry-Government Relations: A Laboratory for Knowledge Based Economic Development. EASST Review, Vol. 14, No. 1, pp. 14-19, 1995.



 (Post nº 432 en este blog)

No hay comentarios:

Publicar un comentario