Conviene recordar que, desde 1980, cada 27 de septiembre se celebra el Día Mundial del Turismo, una fecha elegida por la Asamblea General de la Organización Mundial del Turismo (OMT) en recuerdo de la aprobación de los Estatutos de la OMT el 27 de septiembre de 1970. Fue instituida con la finalidad de ayudar a concienciar a la comunidad internacional acerca de la importancia del turismo, tanto como para haber merecido la creación de una Agencia especializada por parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), radicada en Madrid.
Para este año 2023 el lema elegido ha sido “Turismo e
Inversiones Verdes”, con referencia expresa a las personas, el planeta y la
prosperidad, en cuyo contexto se realizan seguidamente algunas reflexiones
sobre la situación actual y los retos del turismo español.
A modo de curiosidad, preguntada al respecto la Inteligencia
Artificial de ChatGPT, su respuesta señala seis elementos “importantes”:
dependencia estacional, diversificación geográfica, competencia global,
sostenibilidad, tecnología y transformación digital, así como las crisis y
eventos imprevistos.
En relación a este último, no cabe duda que la crisis sin
precedentes provocada por el virus SARS-CoV-2 ha dejado profundas cicatrices en
el sector, con heridas que aún deben sanar: endeudamiento, venta de activos,
empresas “zombis”, dificultad para encontrar trabajadores…
Precisamente, tomando la crisis inédita de la pandemia de la
covid-19 como un punto de inflexión ante esos desafíos, que ya se venían
manifestando claramente, la literatura científica sitúa al sector en una suerte
de encrucijada entre la vuelta al modelo pre-pandemia, soportado en el volumen
/ crecimiento, y la transformación de ese modelo para evitar volver a sufrir
fenómenos no deseables como, entre otros, el sobreturismo y la turismofobia.
En este sentido, diversos estudios, como el de Gössling
& Schweiggart (2022), revelan que hay pruebas muy limitadas de que la referida
crisis haya cambiado o vaya a cambiar el turismo más allá de la microescala, es
decir, de acciones concretas que determinadas empresas implementen para, por
ejemplo, reducir significativamente su huella ambiental. En suma, se puede
argumentar, según los citados autores, que en el turismo hay un discurso de
recuperación hacia adelante (es decir, hacia un cambio de modelo) y una
realidad de recuperación hacia atrás (de regreso al “business as usual”). No
tenemos más que observar las declaraciones reiteradas, sobre todo de los
responsables públicos, que siguen incidiendo en el aumento del número de
viajeros, de pernoctaciones y los nuevos récords cuantitativos alcanzados por
encima de los niveles pre-pandemia; todo lo demás queda, en el mejor de los
casos, en un segundo plano, si no a nivel cosmético. Así, paradójicamente, las
manifestaciones de turismofobia han crecido como una mancha de aceite. Nada
volverá a ser como antes, decíamos muchos, entre quienes me incluyo. Aunque
quizás aún no tengamos suficiente perspectiva temporal, cabe preguntarse hasta qué punto esto ha sido así.
Si tenemos en cuenta factores externos como la demanda y las
presiones del entorno institucional para impulsar ese cambio de modelo del que
tanto y durante tanto tiempo se viene hablando, y el comportamiento de las
empresas (su cultura organizacional, proactiva o reactiva) como factor interno
clave, la resultante es un avance asimétrico y más lento de lo previsto y
deseable, en el que se mantiene el modelo pre-pandemia con algunas
modificaciones (Vargas-Sánchez, 2022).
Sea como fuere, en cualquier escenario que podamos esbozar,
las estrategias de empresas y destinos pasará por lo que podríamos llamar la
regla de las 3Ss: Seguridad (sanitaria, agudizada por el trauma de la pandemia antedicha, pero no sólo, debiendo incluir otros aspectos, como la ciberseguridad); Sostenibilidad (consecuencia
del cambio climático y la apuesta por la economía circular); y el turismo Smart
o inteligente (vinculado a la revolución tecnológica a la que estamos
asistiendo, con su enorme capacidad de generar datos para informar la toma de
decisiones, personalizándolas y adecuándolas a las circunstancias de cada
momento). Todo ello para avanzar hacia organizaciones más centradas en el
cliente/turista, más digitales y automatizadas, más ágiles y flexibles, así
como más sostenibles (económica, ambiental y socialmente, siendo esta última la dimensión, en general, más débil hasta ahora).
Autores como López Palomeque et al. (2022) identifican una
serie de factores cuyo análisis (junto con otros que podrían agregarse) ayudaría
a determinar hasta qué punto el futuro deseado para el sector podría acercarse
al futuro posible; dicho con otras palabras, hasta qué punto el futuro posible
alcanzaría el perfil deseado por los co-responsables del turismo español (sea a
nivel local, provincial…). En este contexto, nos detendremos en uno que, a
entender de quien escribe, podría considerarse como el mayor de los retos, por
situarse en la raíz de la situación presente y por su papel determinante en el
futuro de los destinos: la gobernanza turística, a la que, llama la atención,
no se le está prestando la atención que realmente merece por su trascendencia,
pues las decisiones (estratégicas y operativas) vienen determinadas por sus
mecanismos y protagonistas.
La observación de la realidad turística nos lleva inexorablemente
a identificar problemas como, entre otros, la masificación, el sobreturismo, la
gentrificación, la turismofobia... Problemas que ya existían antes de la
pandemia, pero que el efecto “champán” de la recuperación ha exacerbado. Los
problemas complejos, como estos, no tienen soluciones simples. Por ejemplo, el
problema del turismo desbordado está siendo afrontado en el mundo con medidas
de diverso tipo, generalmente controvertidas en su origen y en sus consecuencias o resultados: la
aplicación de herramientas fiscales (como las tasas turísticas o ecotasas); el
establecimiento de aforos máximos en determinados espacios (o incluso su
clausura temporal); el empleo de la variable precio para modular la demanda en
determinados atractivos turísticos; el uso de herramientas tecnológicas que
ayudan a reconducir los flujos turísticos, tratando de dispersar las masas
hacia otros atractivos no masificados (asumiendo que los afectados en el
destino, y los propios turistas, lo desean); la sanción de determinadas
conductas consideradas incívicas; la limitación de las opciones de alojamiento
o de su crecimiento.
Dentro de esa complejidad se encuentra el concepto de
capacidad de carga, que desde un punto de vista social se alcanza cuando el
nivel de tolerancia de la comunidad local se ve sobrepasado. Y cuando eso
ocurre, la reacción hostil conocida como turismofobia empieza a manifestarse, o
sea, cuando quienes allí residen de manera permanente empiezan a sentir que la
fricción con los turistas perturba y perjudica en exceso sus vidas, y eso sin
“comerlo ni beberlo”, pues no han tenido influencia alguna en las decisiones
que han llevado a alcanzar ese punto de desequilibrio. Aquí es, en
consecuencia, donde entra en juego la gobernanza del destino, entendido como
una comunidad con residentes permanentes y turistas (residentes temporales). En
este sentido es importante tener en cuenta la imposibilidad de “mezclar agua y
aceite”, que parece estar olvidándose cuando se permite la yuxtaposición del
uso turístico dentro de un espacio de uso residencial, con el fenómeno, también muy controvertido por las tensiones que suele generar y multiplicado hasta el extremo por la economía (no siempre transparente) de las plataformas y la insuficiente regulación e inspección, de las viviendas con fines turísticos (es decir, alquileres de corta/muy corta duración).
Por ello, el futuro del sector turismo pasa por lo que no se
está queriendo ver o hacer: la configuración de una estructura de gobernanza (o
más bien de co-gobernanza) apoyada en una alianza con la sociedad lo más amplia
y, consiguientemente, fuerte posible, que sea reflejo de valores como la
solidaridad con las comunidades de acogida y la centralidad de las personas que
forman parte de la misma, no sólo del turista/cliente. Sin olvidar la necesidad
de reforzar su capacidad de gestión (y reacción) con planes de contingencia
anticrisis que anticipen riesgos (como los relacionados con la seguridad, entre
otros), de desarrollo de tecnología y conocimiento, de diversificación para ser
más resilientes… ¿Hemos aprendido algo de la recientísima debacle pandémica, o
ya la hemos olvidado como si simplemente hubiera sido una pesadilla de la que
hemos despertado, o un paréntesis que ya se cerró?
Volviendo a la necesidad, más acusada que nunca, de tejer una alianza, o trama de complicidades, con los diversos grupos de interés, la co-gobernanza ha sido entendida hasta ahora como la colaboración público-privada, esto es, entre las Administraciones públicas (entre ellas mismas también) y las organizaciones empresariales. No obstante, con ser ésta importante, se manifiesta como insuficiente en este momento de transición que vive el sector, en el que esa coordinación/cooperación debe extenderse al resto de grupos de interés, singularmente a la ciudadanía que reside en las comunidades de acogida. En esta línea, siguen algunas recomendaciones:
*Co-gobernanza sí, pero no como hasta ahora. Se debe evolucionar desde un modelo bipolar a otro multipolar, ya que no son sólo dos las partes concernidas por el turismo y su modelo de desarrollo.
*Tejer un gran pacto por el turismo, una gran alianza con la ciudadanía propia de sociedades democráticas maduras. El sector turismo, que tanto influye en nuestras vidas, no puede ser configurado sólo por políticos y empresarios para y sin la gente, sino con ella.
*La clave no está sólo en qué se decide, sino en quiénes lo deciden y cómo. Le invito, estimado/a lector/a, a que observe cómo funciona esto en su pueblo, ciudad, provincia...).
*Superar la miopía cortoplacista, electoral en la clase política y especuladora en las élites empresariales, e instaurar una nueva métrica del éxito que sustituya a la actual, meramente cuantitativa.
*Asumir que una sociedad volcada hacia el turismo tiene que ser una sociedad educada para el turismo y comprometida con su desarrollo y co-creación.
En suma, para no pegarnos un tiro en el pie, dada la trascendencia que tiene el turismo en la economía del país (es el sector que principalmente nos está sacando del agujero en que nos sumió la covid-19), asimilemos que las reacciones adversas que en cada vez más casos observamos no es contra el turismo en general, sino contra determinados modelos (tipos) de desarrollo turístico, producto de una determinada gobernanza en la que es crítico observar quiénes toman las decisiones y cómo. Esto es lo que hay que empezar a cambiar, pero hacen falta convicción y liderazgo en sus responsables para aplicar este cambio, que es central para comprender el rumbo que esta industria tomará en esa encrucijada a la que se aludía al principio.
Como dijo D. Miguel de Unamuno: “Deberíamos tratar de ser
los padres de nuestro futuro en lugar de los descendientes de nuestro pasado”.
Como siempre, finura en tus observaciones y clarividencia en tus conclusiones.
ResponderEliminarOjalá sirvieran de guía para todos aquellos con capacidad organizativa y decisoria.