Esta impresionante
foto acompañaba un artículo recientemente publicado en un diario de tirada
nacional, y me hizo retomar una vieja preocupación: “El desafío del turismo
masivo”, que es el título de dicho artículo.
Contemplar
ese “monstruo” de crucero atracando en un lugar tan sensible como Venecia me
resultó espantoso (igual podría haber sido en determinados puertos de nuestra
costa) y estimuló de nuevo mi reflexión al respecto de la masificación, de la
sostenibilidad del turismo de masas. Esos desembarcos a modo de invasiones (aunque
sean por unas horas) en entornos frágiles son un atentado fruto del
economicismo más feroz y depredador. En algunas islas, como en las pequeñas del
archipiélago de Hawai, se prohibieron.
Hasta
los propios empresarios de Exceltur ya han manifestado públicamente que les
preocupa el modelo de turismo de cantidad y cantidad: a mí también.
Cada
vez que un político (no sé si responsable o irresponsablemente) anuncia, sobre
todo en esta época del año, cifras récords de turistas, confieso que se me
ponen los pelos como escarpias, aunque vaya contracorriente. Sin entrar en los
factores exógenos que nos están beneficiando desde hace años (no todo es mérito
nuestro), en referencia a la inestabilidad e inseguridad en países
competidores, fundamentalmente, en el segmento del turismo de sol y playa, me
pregunto por qué éste es prácticamente el único indicador que se utiliza para
medir la bondad de la evolución del sector, atribuidas, por supuesto, a las
políticas públicas (cuando los datos no son tan halagüeños ya se buscan otras
explicaciones: la del enemigo exterior, con una alarmante falta de autocrítica
y voluntad/capacidad de aprendizaje). En realidad la rentabilidad no está
necesariamente unida a la cantidad, sino más bien a la calidad.
Como
turistas somos todos, dicen algunos/as hasta con estudios en la materia (lo
cual no dice mucho de dónde se estudió), parece sobreentenderse que cualquiera puede
gestionar un destino turístico, como cualquiera puede hacer la alineación del
equipo de fútbol de sus amores. Cómo hiere ese paralelismo cuando nos
encontramos ante, quizás, el sector más complejo de gestionar, por la multitud
de agentes (públicos y privados) que intervienen y la infinidad de
interrelaciones que se dan entre ellos en esa tupida malla, amén de por su
naturaleza (y competencia) global.
La
realidad que un servidor observa es, en general:
-La de
una gran falta de profesionalidad en la gestión de los destinos, en la que la
implicación de los municipios es esencial (si es que la hay, porque aún muchos
confunden gestión con mera promoción). Dicho de otra manera, el turismo, la
principal industria nacional, sigue sin tomarse suficientemente en serio.
Paradojas de nuestro país.
-Que el
turismo masivo es como el "ying" y el "yang", con sus
efectos positivos y negativos, aunque estos últimos deliberadamente tienden a
dejarse en un segundo plano: me pregunto por la satisfacción que puede generar
en el cliente el tener que hacer cola hasta para encontrar un hueco donde poner
sombrilla y toalla playeras, que le cobren por estacionar su vehículo (si
puede), pagar más por todo a cambio de un peor servicio, la pérdida de calidad
de vida en la comunidad receptora de esas hordas ávidas de disfrute, tal y como
cada cual lo entienda (el turista ha de ser educado para respetar, igual que el
residente para acoger, y esto no se hace), el impacto sobre entornos naturales
frágiles, sobre la conservación del patrimonio histórico-artístico…
-Que
cualquier tipo de turista vale (que vengan cuantos más mejor), porque no se ha
definido el modelo que se desea para el destino en cuestión en función de sus
recursos y características, así como de las aspiraciones de sus gentes. O sea,
que no suele haber planificación, que delimite, por ejemplo, capacidades de
carga.
-Que
caso de existir algún plan, no irá más allá de la próxima legislatura, sin
reparar que la profundidad de los cambios producidos y de los que están por
llegar exige poner la luz larga y prepararse pensando en los próximos lustros e
incluso décadas. Por ejemplo, en los destinos de sol y playa, ¿se están
preguntando siquiera sus autoridades los efectos que puede provocar el cambio
climático, con un incremento del nivel de las aguas? Esto no se improvisa. O
pensemos en aquellas playas que hay que regenerar artificialmente cada año con
aportes de arena que cuestan lo suyo.
-Que
seguimos anclados en el paradigma del siglo pasado, con la sostenibilidad como
un mero adjetivo, no como un sustantivo. Los progresos son demasiado lentos para
la exigencia de una población que busca algo diferente. Hemos de construir un
turismo más solidario espacial y temporalmente.
-Prueba
de ello es la extensión del modelo “todo incluido”. Sin perjuicio de que tiene
su mercado, es palpable que resulta cuando menos socialmente insostenible:
¿cómo puede ser socialmente sostenible un modelo en el cuál los clientes no
salen del hotel? Podría poner algún que otro ejemplo más.
Y el
corolario final: si no alteramos esta situación, llegará un momento en que se
nos vuelva, como un boomerang, en nuestra contra. Tomemos conciencia, por
favor. Todo tiene sus límites: se puede morir de éxito.
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Publicado en Hosteltur el 13-8-15, y seleccionado como post destacado del día.
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