De ahí emana el primero de los retos a afrontar: el de la gestión de los impactos del crecimiento (no por ser una industria sin chimeneas deja de generar impactos negativos de todo tipo: económicos, sociales y ambientales), que a su vez pone en primera línea de las prioridades de los gestores de los destinos “patatas calientes” como la fijación de capacidades de carga y los mecanismos para su cumplimiento, lo que a su vez enlaza con la aplicación del principio de la sostenibilidad, que como tal principio está ampliamente aceptado (la Organización de las Naciones Unidas ha proclamado 2017 como el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo) pero cuya puesta en práctica en situaciones concretas (como por ejemplo el aprovechamiento de los espacios naturales protegidos) seguirá generando controversia y posiciones encontradas.
Sin embargo, este crecimiento no es equilibrado ni temporal ni territorialmente: la estacionalidad seguirá siendo otro de los grandes desafíos (cuyo tratamiento requiere de microsegmentación de la demanda y de flexibilidad para la adaptación de la oferta), así como la apertura de nuevos territorios al fenómeno turístico (desconcentrándolo de las costas y principales núcleos urbanos; lo más importante es lo que se puede hacer, no donde se hace).
Desde el punto de vista de la gestión del crecimiento, los desarrollos tecnológicos, englobados en lo que se ha dado en llamar Destinos Turísticos Inteligentes, serán de gran ayuda porque posibilitan inyectar y tratar datos (estructurados y no estructurados), inteligencia en definitiva, sobre los que tomar decisiones eficaces que permitan paliar esos efectos negativos de la congestión/masificación que se genera en determinados enclaves y momentos. Al mismo tiempo, son una extraordinaria fuente de innovación: nuevos servicios, nuevos modelos de negocio, nuevos perfiles profesionales…
En cuanto a la sostenibilidad, su dimensión social (por ser la menos tratada hasta ahora) será la que tendrá más recorrido en los próximos años. Se requiere la puesta a punto de metodologías que hagan posible medir el impacto social de los proyectos de desarrollo turístico, además de incorporar decidida y definitivamente a las comunidades locales receptoras de los flujos turísticos como parte interesada que participa activamente en la definición de las estrategias y planes al respecto.
Otro aspecto fundamental es el cambio de paradigma que requiere el turismo actual, es decir, un cambio en la manera de concebir, de pensar el turismo. Tengamos en cuenta que detrás de una manera de hacer siempre hay una manera de pensar. En concreto:
-La tradicional dimensión cuantitativa del turismo (el turismo de masas o turismo de cantidades), a la que contribuye el machacón mensaje de cifras récord de llegada de viajeros y de número de pernoctaciones, como si estos fueran, sin más, los verdaderos indicadores del éxito de las políticas turísticas (sobre todo de promoción), debe dar paso a una dimensión cualitativa del mismo. La generación de riqueza no viene necesariamente de la mano de la cantidad de turistas, sino más bien de la calidad del turismo que llega a un determinado destino, en referencia al perfil del turista, determinante de su capacidad de gasto y de la duración de su estancia. En otras palabras, cada destino deberá definir su propio modelo, lo que incluye la identificación del tipo de turista al que se va a dirigir y que desea atraer con una oferta apelativa y a través de los canales más adecuados. No se puede vender de todo y a todo el mundo: el mercado no funciona así.
-El sector se ha venido articulando a través de partenariados público-privados, con diversas variantes en cuanto al peso y papeles de una parte y otra. El turismo de hoy en día necesita de una gran alianza con la sociedad, de ahí que a esa ecuación le debamos sumar otro elemento: “people”, la gente, las comunidades locales, sin cuyo apoyo no cabe concebir ningún modelo sostenible de desarrollo turístico. De hecho, el concepto de turista ha evolucionado hacia su consideración como un residente temporal, con el que la experiencia turística se co-crea. Por consiguiente, el partenariado debe ser a tres bandas, y el modelo el de las 4Ps (public-private-people partnership). El turismo no se hace sólo para la gente, sino con la gente. Claramente, esto exige cambiar mentalidades muy arraigadas en las otras dos partes de ese partenariado, especialmente, diría, de los representantes empresariales.
-En consonancia con lo anterior, el tradicional (aunque escasamente aplicado) modelo de la triple hélice (con las administraciones públicas, las organizaciones empresariales y los agentes del conocimiento –particularmente las universidades- trabajando coordinadamente) debe dar paso a uno nuevo y ampliado, que podría denominarse de la cuádruple hélice, al que se le añade la comunidad local receptora del turismo.
El turismo (ligado al ocio) es parte de la solución en la nueva economía (y sociedad) que viene, pero la manera de entenderlo y enfocarlo ha de evolucionar.
Post destacado del día 6-2-17 en la Comunidad Hosteltur.
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