Estamos sufriendo una crisis sin precedentes consecuencia de una amenaza sanitaria a escala global. Nunca habíamos vivido nada parecido y, por ello, este episodio de nuestras vidas seguramente nos va a cambiar a nivel individual y colectivo. Por tanto, no es descabellado pensar que en el sector de los viajes y el turismo haya un antes y un después.
A desentrañar ese después (la buena noticia es que lo habrá) es a lo que, modestamente, intento ayudar, pese a la enorme presión que por la supervivencia a corto plazo están enfrentando las empresas turísticas y sus profesionales en un entorno extremadamente hostil. El impacto en el sector es tan severo que es como si hubiera quedado en el limbo: es como si hubiera desaparecido en cuestión de días.
En estas circunstancias el mayor enemigo es la incertidumbre. Y la mejor manera de encararla que conocemos, para estar preparados a nivel de gestión, es a través de la evaluación de los posibles escenarios al que el post-coronavirus nos puede llevar. Cierto es que ahí las posibilidades son múltiples, pero empezaremos por plantear algunas.
Es fácil que la incertidumbre nos conduzca a la confusión que, a su vez, puede llevarnos por dos caminos: el de la parálisis (no saber qué hacer) o el de la creatividad (como vía para encontrar nuevos modos que den respuesta a los desafíos de una situación en el sector que, en alguna medida, el covid19 habrá hecho cambiar).
En este post, haciendo un pre-diagnóstico de urgencia, me centraré en dos de los aspectos que verosímilmente pueden cambiar (otros podrán ser abordados en ulteriores entregas).
Uno es cómo van a reaccionar los gobiernos en lo que al movimiento de personas se refiere. Por ejemplo, si el espacio Schengen quedará restablecido a su estado previo a esta crisis o se mantendrán algunas restricciones; si las políticas de visados se volverán más limitativas; si, a nivel global, las fronteras serán menos porosas, revertiéndose el proceso de apertura e integración internacional. A su vez, estas restricciones al movimiento de personas pueden tener un carácter coyuntural (es decir, transitorio o a corto plazo) o estructural (o sea, a largo plazo o incluso permanente). Denotaremos a este factor como “Política Gubernamental”, promotora, o no, de un cierto distanciamiento para tener una mayor sensación de control. Las derivadas político-sociales de este tipo de políticas aislacionistas transcienden con mucho la intención de este post.
A este factor de tipo institucional le sumaría otro de naturaleza individual: ¿cómo reaccionaremos, a partir de este trauma, respecto a los riesgos de viajar, que siempre hubo y habrá, pero que ahora, tras esta tragedia, se pueden convertir en mayor cautela (o hasta miedo) y sensibilidad respecto a todo lo relacionado con la seguridad y la salud? A este factor le llamaremos “Comportamiento del Turista”, cuya verosímil mayor cautela a la hora de decidir cuánto, dónde y cómo viajar puede, igualmente, ser pasajera (coyuntural) o instalarse con vocación de permanencia (estructural). Cabe pensar que variables como el tiempo que dure el confinamiento y distanciamiento social, así como el peaje tanto en vidas humanas como económico que hayamos de pagar, serán decisivas a este respecto y también influirán en las decisiones políticas.
La combinación de estos dos factores da lugar a cuatro escenarios posibles:
Empezando por el final (escenario 4), si las restricciones gubernamentales al movimiento de personas a nivel internacional fueran pasajeras y/o no significativas, así como los miedos o cautelas del turista generados por la pandemia, en relativamente poco tiempo se volvería a la situación pre-crisis, retrotrayéndonos a los problemas que hasta hace pocas fechas cubrían las agendas de los agentes privados y públicos del sector, principalmente la sostenibilidad social (el sobreturismo, por ejemplo) y ambiental (la constatación de cómo la madre naturaleza se recupera cuando la acción humana deja de castigarla merecería una profunda reflexión).
Si los corsés de los gobiernos van progresivamente remitiendo pero el trauma del covid19 se instala en la mente del turista (aparte de en su bolsillo), nos encontraríamos en un escenario (3) en el que la demanda turística habría cambiado cualitativamente, con criterios en la decisión de compra (y por tanto con atributos en los productos y destinos turísticos) que habría que revisar.
Si el comportamiento del turista sólo se viera afectado coyunturalmente pero las políticas de los gobiernos siguieran frenando los flujos de viajeros, nos encontraríamos en un escenario (2) de contracción cuantitativa de la demanda a nivel internacional, que alteraría los flujos turísticos pre-crisis, con ganadores y perdedores. La movilidad doméstica o de más corto recorrido podría verse incentivada por estas políticas. Asimismo, aunque por otra razón (la prudencia acrecentada del turista), el escenario precedentemente citado (3) también podría alimentar esta situación, favorecedoras del turismo doméstico o de proximidad.
Finalmente, el escenario 1 sería el más complejo, con cambios estructurales tanto en la acción de los gobiernos como en el comportamiento del turista. El sector estaría llamado a una cierta reconfiguración de su oferta para adaptarse a estos cambios cuantitativos y cualitativos. Aquello de reinventarse o morir volvería a tomar carta de naturaleza.
Cada uno que se sitúe en aquel escenario que considere que tiene una mayor probabilidad de ocurrencia, pero sin dejar de dar atención al resto: la flexibilidad es obligatoria en estos tiempos de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad (los llamados entornos VUCA).
Sea como fuere, empresas y destinos necesitarán de estrategias para adaptarse y dar respuestas a cualquiera de estos escenarios (u otros). Y en esas estrategias, para que sean eficaces, el foco habrá de estar puesto en la configuración de la trama relacional más propicia con los actores principales de esta industria. En otras palabras, si los gobiernos y las personas modifican su relación con el turismo, las empresas y destinos se verán abocados a cambiar algunas claves de su relación con clientes y poderes públicos. Es muy verosímil que tengamos que asumir ese cambio en el modo de aproximación mutua, y sería más inteligente hacerlo con estrategias cooperativas que, huyendo de la confrontación, articulen ese nuevo esquema de relación.
Ya Rafael Alberto Pérez, a quién me referí en el post precedente, nos decía, para entender el fundamento de la estrategia, que la vida es relación, o sea, que lo que existe es la interacción, no la acción. Y que la estrategia no es una fórmula (ojalá fuera tan fácil, por complicada que fuera la fórmula); sin embargo, es mejor hacerla que prescindir de ella, pues, como nos decía Rafael, “ese es nuestro margen de maniobra. Lo contrario sería volver al fatalismo y dejar nuestras vidas en manos de los dioses”. Somos lo que elegimos: las elecciones que en cada momento hacemos van marcando nuestro presente y nuestro futuro.
Más en el próximo post, caso de que estas ideas resulten de interés. La utilidad social es lo que nos legitima, siempre, pero más aún ahora.
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