Hace unos días, precisamente en el fatídico
13N, Hosteltur se hacía eco, en una noticia en la que daba cuenta del Congreso
Internacional de Turismo Familiar, de las manifestaciones de un destacado
responsable público balear, que reproduzco literalmente: "Los niños son
trofeos: ilustran el éxito que los padres han tenido en la vida. Y cuando vamos
de vacaciones, jugamos a que somos familia y el sector turístico tiene que
ayudar con todas sus fuerzas a ese juego, que va muy en serio, tenga
éxito".
Aunque quienes estamos en este mundo del
turismo podamos entender el sentido de estas afirmaciones, la forma de
expresarlas importa. Comparar a los niños con “trofeos”, aunque sea
metafóricamente, revela, en el fondo, un sentido materialista tan exacerbado
que genera rechazo. Decir que “cuando vamos de vacaciones jugamos a que somos
familia”, puede fácilmente interpretarse como que fuera de ese periodo la supuesta
familia no es tal, llegando a ofender, aunque, por supuesto, sin intención de
hacerlo. Prescribir que “el sector turístico tiene que ayudar con todas sus
fuerzas a ese juego” parece revelar un ejercicio de hipocresía.
Yendo de la anécdota a la categoría, la
lección es que no todo vale para hacer negocio; existen límites, y la ética es uno
de ellos, aunque sea autoimpuesta. Me pregunto en cuantas Escuelas/Facultades
de Turismo se estudia esta materia de la ética en los negocios. Como puede
imaginar el lector/a, es una pregunta retórica. En lugar de tenerle “miedo”,
por las connotaciones de otro tipo que se le pudiera atribuir, debiera ser
obligatoria, sobre todo en un mundo cada vez más diverso y multicultural, en la
que los gestores privados y públicos se enfrentan con frecuencia a dilemas
éticos a los que sólo ellos pueden dar respuesta, esto es, a decisiones que
ponen a prueba sus valores y principios, permitiéndoles averiguar qué está por
encima de qué, a ellos y a todos los demás involucrados.
El turismo es, obviamente, una actividad
económica, pero de ahí a impregnarla de un sentido mercantilista tan extremo
hay un trecho. Cierto que esto no es patrimonio ni de la industria turística ni
de quienes están en posición de ejercer alguna influencia sobre la misma. Es el
mal de un capitalismo sin alma, fuente de muchos de nuestros problemas.
Quienes ostentan una posición de liderazgo (y
aún más si es público) tienen que medir sus palabras, por la repercusión y el efecto
mimético que generan: el lenguaje importa. La cita que da origen a este post es
para recordar y no repetir por desafortunada, dicho con toda humildad y
respeto: su autoría no importa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario