La hibridación es
muy común en la naturaleza. A través del cruce de especies vegetales o
animales se generan especies nuevas,
híbridas. Recordemos, allá por el siglo XIX, los experimentos sobre hibridación
de plantas de Gregor Mendel (sus famosos guisantes), considerado el padre de la
genética.
A partir de esta
base biológica, la idea de la hibridación ha trascendido su ámbito de
aplicación original y, hoy en día, es ampliamente utilizada como una técnica de
innovación. Se trata de conectar/combinar conceptos, recursos,
productos/servicios, a veces muy diferentes y sin ninguna relación previa, para
generar algo nuevo que añada valor. En realidad, vivimos en un mundo cada vez
más híbrido, en el que los límites son cada vez más difusos: los equipos de
trabajo son híbridos –multidisciplinares (*), multiétnicos, multiculturales…-,
las empresas, además de competir y cooperar a la vez (coopetir), son cada vez
más híbridas (combinando la presencia física con la virtual),
la hibridación hombre-máquina avanza (cyborgs), al igual que la hibridación
entre seres humanos y robots…y no digamos los vehículos hídridos (combinando el
motor de combustión con el eléctrico).
En el mundo
empresarial, ejemplos clásicos de éxito son los relojes de Swatch (calidad
suiza + precio japonés + pop art), Telepizza (pizza + moto + teléfono móvil + comida
rápida) o el Circo del Sol (circo + teatro). Sus respectivas fórmulas resultaron
innovadoras por estar en la intersección de conceptos o actividades que
coexistían por separado.
El turismo no es
una excepción. Más bien diría que es una actividad sujeta a una hibridación
creciente: motivaciones híbridas (negocio y ocio o “bleisure”, naturaleza y cultura, etc.), roles hídridos
(productor y consumidor de contenidos digitales o” prosumer”), conceptos hídridos como el “gampling” (glamour
+ camping) o el “extended stay” u hogar
temporal (un hídrido entre hotel y hogar), agencias de viajes híbridas (online y física), stakeholders híbridos (lugareños que
hospedan y hacen de guías amateurs, como manifestación del llamado turismo P2P), servicios públicos híbridos (los destinos han de ser gestionados para atender las necesidades de residentes y turistas, que no siempre son ni coincidentes ni compatibles), la hibridación entre turista y residente (el turista como residente temporal,
que desea experimentar la vida cotidiana del lugar que visita) o segmentos
híbridos. Sobre este último aspecto, el turismo se ha aliado con casi todo: con
la industria viva (turismo de visita a empresas) con la arqueología industrial
(como el turismo minero), con clínicas (turismo médico), con la cultura en
sentido amplio (turismo cultural) o circunscrita a manifestaciones específicas de
la misma (turismo literario, turismo creativo), con la formación (turismo
idiomático), con la ciencia (turismo científico), etc.
La hibridación
promueve comportamientos heterofílicos. Así, la búsqueda de complementariedades
entre destinos para aumentar su atractivo hace que estos tiendan a
comercializarse juntos, hibridando su
carácter con productos que combinan, por ejemplo, patrimonio histórico-monumental
con patrimonio natural (turismo urbano con turismo de naturaleza o de sol y
playa, pongamos por caso), o eco-turismo y paisajes con turismo de
compras. Los municipios, sobre todo los
pequeños, tienden a compartir e integrar sus recursos turísticos para ganar en
diversidad y competitividad; la vecindad fronteriza es un ejemplo de ventaja
comparativa a explotar, pues hace posible presentar una oferta proveniente de
dos identidades distintas y, por tanto, más rica desde su co-existencia e
incluso mestizaje.
La hibridación,
aparte de promover la innovación, multiplica la complejidad (por la diversidad
de segmentos, o micro-segmentos, a que da lugar) y la ambigüedad (por la falta
de nitidez que provoca la mezcla de motivaciones y roles, por ejemplo).
Sobrevivir en un
mundo híbrido (y por ello más diverso y difuso) requiere de mente abierta, de
amplitud de miras, de tolerancia (frente a lo diferente y frente al error). De
competencias no solamente técnicas (en lo que a las reglas de funcionamiento de
la industria turística se refiere), sino también humanas (en un contexto de
relaciones interpersonales más heterogéneas) y conceptuales (para asimilar una
realidad con crecientes dosis de volatilidad e incertidumbre provocadas muy
señaladamente por los avances tecnológicos). Y todo ello unido a la capacidad
de entender las nuevas tendencias del turismo del siglo XXI. Ganar el futuro
requiere movilizar recursos para crear experiencias de viaje auténticas, con un
significado para la gente, sostenibles,…Comprender las elecciones de estilo de
vida del mañana (puede consultarse Kjaer, 2015) nos ayudará a afrontar este
reto estratégico. A partir de ahí, hibridemos.
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