Si no limpias no consumirás agua ni productos químicos (de limpieza) y serás, así, más respetuoso/a con el medio ambiente. O sea, ser sucio = ser sostenible, según este planteamiento de algunas empresas de alojamiento del sector. ¿Locura o Hipocresía?. Más abajo encontrará la respuesta.
DEL LOW
COST AL LOW COST PLUS
Siempre han existido, y existirán, empresas
que decidan competir conforme a la ecuación costes bajos/precios bajos. El
mensaje es simple: cómpreme a mí porque lo que yo le ofrezco es más barato que
otras opciones que pueda encontrar en el mercado para un determinado bien o
servicio. No obstante, para poder competir con eficacia con una estrategia de
este tipo se necesitan determinados recursos y aptitudes, así como ciertos
requisitos organizacionales, que posibiliten altas cotas de eficiencia, es
decir, que permitan apretarse el cinturón sin perecer en el intento de tener
que soportar márgenes, en principio, relativamente estrechos.
Esta forma de competir, conocida en la
literatura académica como estrategia de liderazgo en costes o de coste global
mínimo, se ha popularizado como el fenómeno “low cost”, que en la industria
turística tuvo (y sigue teniendo) su exaltación suprema en las aerolíneas europeas
a partir del caso Ryanair (y antes la Southwest Airlines en USA). Como es
habitual, su éxito ha llevado a la imitación y hoy tenemos empresas turísticas
“low cost” por doquier, en cualquiera de sus subsectores. Parte del crecimiento
espectacular de la demanda turística en las últimas décadas (con sus efectos
positivos -empleo, actividad económica- y negativos -impacto ambiental,
masificación extrema en los destinos más populares-) tiene que ver con este
fenómeno, que ha “democratizado” el transporte aéreo y el acceso a otros
servicios (alquiler de coches, determinados tipos de alojamiento, etc.). También
ha cambiado el perfil de los segmentos turísticos, haciéndolos más borrosos,
pues al aplicar menos recursos en ciertos capítulos de gasto se pueden aplicar
más en otros.
Ahora bien, por lo que se observa en las
intenciones y comportamientos de algunas empresas, estamos transitando hacia un
modelo de negocio que supone una vuelta de tuerca más del referido modelo “low
cost”: es el que me permito denominar como “low cost plus”. Sirvan un par de
ejemplos:
-El de algunas compañías aéreas que, contrariando
los principios de la ergonomía conforme a lo que la ciencia de la antropometría
nos dice en cuanto a las proporciones y las medidas del cuerpo humano, tienden a
acortar cada vez más el espacio entre asientos (hasta poner en riesgo la salud,
diría) para poder incrementar el número de pasajeros (”enjoy your flight”, nos
dicen); incluso llegando a proponer el asemejar un avión a un autobús, con pasajeros
que viajen de pie para poder meter aún más gente, eso sí, con un precio del
billete más bajo (y mayor beneficio empresarial, claro).
Como modelo de negocio se entiende (el “low
cost plus”, digamos), pero el sarcasmo viene cuando lo justifican “con el fin
de avanzar hacia el turismo sostenible”. O sea que, ahora, para ser respetuosos
con el medio ambiente hay que ser cutres (por no decir guarros) y, además,
olvidarnos de que la limpieza no tiene por qué ser un derroche de agua y
productos químicos: puede hacerse de un modo mucho más "sostenible"
(que se lo pregunten a las sufridas “kellys”, de las que no solemos acordarnos).
Cuando se manosea tanto una palabra, ésta pierde su sentido.
Es muy probable que este modelo “low cost
plus” se extienda, porque parece evidente que tiene su público, pero los
gestores de los destinos deberían reflexionar acerca de sus consecuencias. No
quiero imaginarme un destino defendiendo sus bondades en términos de
sostenibilidad ambiental con este tipo de argumentos. O vendiendo la
exclusividad (el turismo de calidad) del mismo con este tipo de
contradicciones: no se puede mezclar el aceite con el agua.
Dejemos a un lado la hipocresía y agarremos en
serio la bandera de la responsabilidad. A menudo se echa de menos un posicionamiento
ético ante el turismo, en el que no todo debería valer, aunque muchos lo
acepten. La voracidad cortoplacista de ciertos operadores y sus lobbies no
tiene límite si el poder público no se los marca, ejerciendo su papel, como
hemos comprobado muy recientemente en el caso del derrumbe de un puente
medieval, en Bélgica, para que puedan pasar los cruceros.
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