El último viernes de Enero fue un día negro en lo económico: se conocieron las cifras de desempleo con las que cerramos el 2011, una de esas agencias de rating tan nombradas en los últimos tiempos dio otro zarpazo a la calificación de nuestra deuda soberana, la quiebra de Spanair,…Cada poco pensamos que ya hemos tocado fondo, pero no es así: sigue sin cortarse la hemorragia y el enfermo está cada vez peor, tanto como para estar en la UCI. Y los augurios siguen sin ser positivos: las previsiones para 2012 que se acaban de conocer de algunas entidades internacionales estiman que la tasa de paro puede subir en España hasta el 26 o el 27% (o sea, irnos a los 6 millones). No es difícil extrapolar lo que supondría eso para Andalucía y Huelva, donde ya superamos con creces el 30%; y lo que supone para nuestros jóvenes, condenados a emigrar si desean tener, aquellos con más talento, un futuro profesional con alguna expectativa. En Estados Unidos, no digamos aquí, se empieza a asumir que los hijos vivirán en peores condiciones que sus padres. Involución, vamos.
La pregunta del millón es cómo se actúa, y con urgencia, para cortar esta sangría, primero, y para empezar a crecer, después.
Ahí es donde entra en juego el arte de gobernar, que no de la guerra, como tituló Sun Tzu hacia el año 500 antes de Cristo. La salida de esta brutal y poliédrica crisis requiere capacidad de gestión, sí, pero el problema no es sólo de gestión: es un problema estructural: de modelo productivo, de modelo de Estado y de valores. Por eso son necesarias medidas a corto (para taponar la herida: déficit) y a largo plazo (para que ésta sane: crecimiento). También sería deseable un gran pacto de Estado; si esto es mucho pedir a la actual generación de dirigentes políticos y sociales (en otros tiempos aún no demasiado lejanos fue posible), al menos hemos de exigir que el gobierno gobierne con diligencia.
Gobernar es, en esencia, marcar un rumbo, actuando en consecuencia, y tener claras (así como explicar) las prioridades, la diferencia entre lo fundamental y lo accesorio pensando en el interés general.
Se necesitan gobernantes con una visión amplia y generosa, que sepan usar la luz larga, no sólo la corta. Como decía Sun Tzu, los buenos gobernantes son aquellos que tienen conocimiento, sinceridad, benevolencia, coraje y firmeza. ¿Los tenemos? Me borro de aquellos gobernantes, al nivel que sea, que no tienen la sinceridad y el coraje de decir la verdad a su gente ni la firmeza para poner en marcha las acciones que sean necesarias, asumiendo el coste político correspondiente. Me borro porque son dañinos -por irresponsables- a la larga, aunque en la distancia corta sean más simpáticos.
No es tiempo de gobernantes buenos (aunque merezcan respeto si son honestos), sino de buenos gobernantes. Decía Einstein, “La locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes”. ¿Estamos locos? Quizás la destrucción creativa de Schumpeter sea la respuesta, aunque dolorosa en sus etapas iniciales.
Dicho esto, no todo es cuestión de leyes (cuántas hay que no se cumplen), sino de cambiar comportamientos. El mensaje que llega con más fuerza es el del ejemplo: estamos asistiendo en los últimos meses a la diatriba poco edificante de si los alcaldes deben compatibilizar o no este cargo con el de parlamentario. Pienso que es algo que las organizaciones políticas deberían haber autorregulado a través de códigos de conducta. Esto hubiera transmitido un mensaje impregnado de otros valores. La reforma más profunda que necesitamos es la moral.
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Publicado en Huelva Información el 2-2-12, p. 6.
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