Aún con todas las incertidumbres que nos acucian, pese a que sin haber salido aún de la devastadora crisis de la pandemia ya estamos inmersos en otra de consecuencias que todavía no podemos mensurar cabalmente, pese a que los problemas seguirán sucediéndose, la industria turística ha salido y saldrá adelante: el deseo de viajar es patente, del mismo modo que la voluntad de no renunciar a dejar de satisfacer esta necesidad, de un modo u otro según las circunstancias.
La recuperación del turismo puede tomar dos vías: la de
hacer más de lo mismo (la pandemia no ha sido más que un paréntesis traumático,
y volvemos a la senda que traíamos) o la de hacer algo nuevo, tratando de
corregir los excesos e impactos negativos (tanto de tipo ambiental como social)
de ese pasado reciente. Este es un asunto complejo, con las aristas propias de
intereses diversos y hasta contrapuestos, cuya resultante dependerá de la correlación
de fuerzas que se dé en cada destino: del entorno institucional y las presiones
que ejerza, de la cultura empresarial, del comportamiento y exigencias de los
turistas…Y aquí es donde entre en juego el modelo de gobernanza que se aplique.
De la misma manera que la gestión del turismo no puede
desligarse del urbanismo, del medioambiente, de la cultura, del deporte, de los
servicios públicos en general (el turista es como un residente temporal), dicha
gestión no se hace sólo para el turista y las empresas del sector, sino también
para quienes allí residen de forma permanente con vistas a mejorar su calidad
de vida.
Y este último elemento suele ser el eslabón perdido (de ahí
el título de este post) en los procesos de planificación turística, o en el
mejor de los casos dejado en un plano muy secundario. Cuando se habla de
gobernanza turística y su mejora se alude a la necesidad de nuevos modelos de
participación ciudadana y concertación público-privada, pero, hasta donde llega
mi conocimiento en la materia, los avances en la introducción de mecanismos permanentes
de participación efectiva del ciudadano-residente (y no sólo para ser escuchado)
son aún muy limitados o nulos, aunque existen excepciones de destinos que ya
han empezado a recorrer ese camino.
Reparemos en que ese camino no es otro que el de la
sostenibilidad social; el camino de la generación de turismofilia, no de
turismofobia; el camino de construir un destino no para la gente (entre
representantes de las administraciones públicas y de las organizaciones
empresariales), sino con la gente (con la complicidad y contribución de las comunidades
de acogida).
Además de ser quien vota y elige a sus representantes
políticos, el residente en esas comunidades, si se identifica con el proyecto,
puede llegar a ser el mejor embajador del mismo: además de con pasión, lo venderá
gratis allí donde vaya y con el efecto multiplicador que hoy confieren las
redes sociales, los blogs, etc. También gastan en negocios ligados al turismo como los de restauración, entre otros (¿qué otros clientes había durante los momentos más duros de la pandemia?) y llevan familiares y amigos a los mismos. Son potenciales emprendedores, generando flujos de abajo hacia
arriba para el desarrollo del turismo, además de un elemento indispensable para
avanzar en la aplicación de los principios de la economía circular, es decir,
para minimizar los impactos ambientales. Esas comunidades locales son las
depositarias del patrimonio cultural (modos de vida, costumbres, oficios
tradicionales…) que define la idiosincrasia y autenticidad del destino; son
quienes, en buena medida, cuidan del patrimonio natural del mismo, que sienten
como suyo. Contribuyen decisivamente a formar la imagen del destino que los
visitantes se llevan consigo al interactuar con ellos, ya sea como trabajadores del sector, como anfitriones o porque simplemente comparten espacios y servicios públicos. Los residentes, por su
apego a la comunidad de que forman parte, son un factor esencial para aumentar
la capacidad de resiliencia del destino.
Por tanto, si aceptamos lo antedicho acerca de la
importancia de que los residentes se identifiquen con el modelo de desarrollo
turístico para su ciudad, mancomunidad, comarca, provincia, el correlato lógico
sería vertebrar mecanismos estables de participación, no sólo para darles voz,
sino incluso para que pudieran tener su propio espacio e influencia en la toma
de decisiones. No se trata sólo de preguntarles sobre asuntos que afectan a sus
vidas cotidianas (qué menos, ¿no?), sino, hasta cierto punto, de empoderarles.
Cierto es que existe un problema de legitimidad para
identificar qué colectivos son los que mejor representan a esas comunidades de
acogida, pero para eso está la experiencia de destinos que han abordado esta
cuestión y el aprendizaje que puede obtenerse de los mismos. Por ejemplo:
-En la ciudad de Barcelona existe un órgano de participación
denominado “Consejo de Turismo y Ciudad”, en el que la mayor de sus miembros
son representantes de entidades e instituciones vecinales, además de expertos
del ámbito profesional y académico y técnicos municipales. Sus resoluciones no
son vinculantes pero sirven de base para la toma de decisiones en el Pleno del
Ayuntamiento.
-En la ciudad de Sevilla, al hilo de la movilización liderada
desde su Ayuntamiento para afrontar los efectos de la pandemia sobre el turismo
y su recuperación (el llamado Plan 8), se ha puesto en marcha el “Consejo Local
de Turismo”, concebido como un instrumento de diálogo, participación y
concertación que suma a los agentes turísticos tradicionales, las entidades
vecinales, religiosas, sociales, militares o universitarias, así como al resto
de las administraciones públicas.
-En Venecia (Italia) también existe un órgano de
participación de amplio espectro, denominado “Consulta per il turismo”.
-En Portugal, la ciudad algarvía de Loulé hace años que
apostó por un modelo de turismo creativo (“Loulé criativo”) en el que la pieza
clave es la implicación de la población local.
-En la localidad portuguesa de Óbidos, sus residentes juegan
un papel fundamental a la hora de decidir la frecuencia de los eventos que allí
se organizan, para lograr un equilibrio con su ritmo de vida habitual.
-Etc.
La invitación a vertebrar un modelo de gobernanza que nos
permita incorporar ese eslabón, en tantos casos perdido, está servida. No
bastan los habituales partenariados público-privados (las 3Ps), es decir, entre
administraciones públicas y organizaciones empresariales: necesitamos articular
una gran alianza con la sociedad en su conjunto, lo que me he permitido en
llamar el modelo de las 4 Ps: Public-Private-PEOPLE-Partnerships. Ya hay quienes
lo han encontrado y están haciendo buen uso de él. Ahora que tanto se habla de
turismo inteligente, no sería tal si no se siguiera esta senda, sin perjuicio
del contexto singular y las particularidades propias de cada destino.
También en Hosteltur: https://www.hosteltur.com/comunidad/005018_el-eslabon-perdido.html
(Post nº 406 en este blog)
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