A veces la vida se hace cuesta arriba, un muro que parece
infranqueable. Todo parece indicar que esto fue lo que le sucedió a Andreas
Lubitz, el tristemente ya famoso copiloto de la compañía aérea Germanwings.
Este es sólo un ejemplo, muy notorio por sus consecuencias y repercusión
mundial, pero es algo que continuamente y en todas partes sucede a personas
anónimas, que por diferentes circunstancias se sienten incapaces de subir ese
muro que la vida les ha colocado delante, y continuar.
Estas situaciones me conducen a reflexionar acerca del
sentido de la vida, un tema, por cierto, muy acorde con el sentido espiritual e
íntimo que para muchos estas fechas de Semana Santa siguen representando, más
allá de otro tipo de perfiles más mundanos que también la adornan.
No pocas veces ese muro es la decadencia física, la
enfermedad y el sufrimiento de nuestros mayores y seres queridos, cuando se
siente que es demasiado doloroso para ser sobrellevado. La llamada “ley de
vida” tampoco sirve de consuelo, pese a saber que es cierta y contar con que ha
de llegar. No digamos cuando lo antedicho se produce en contra de esa ley
natural. La vida en el submundo de los hospitales y las residencias de ancianos
puede ser anímicamente devastadora, a la vez que emocionante al ver como muchas
personas se entregan por los demás con un espíritu encomiable, tanto
profesionales como cuidadores.
En otras ocasiones el muro se coloca en el plano
profesional, cuando no encuentras las oportunidades por las que tanto te has
esforzado; cuando percibes que ya no puedes hacer más o nada que valga la
pena; cuando, en el fondo, has perdido
la esperanza. Lo ha ejemplificado en estos días un laureado deportista olímpico
español, David Cal, cuando declaró, con
lágrimas en los ojos, que se retiraba porque había perdido la
ilusión, la motivación.
En estas situaciones cabe preguntarse ¿qué sentido tiene
seguir? ¿Para qué vivir, si sólo es sobrevivir sin expectativas que lo
justifique?
Cada uno, dependiendo de sus creencias y de su fortaleza
interior, puede hallar, o no, una respuesta. Yo ahora quiero re-encontrarla,
porque también perdí esa imprescindible ilusión que necesitas para seguir
avanzando, y además ofrecerla a los demás, por si, dentro de mi modestia, a
alguien sirviera.
Recuerdo que mi mejor maestro en la universidad me dijo en
cierta ocasión: Alfonso, cuando tengas
dudas acude a los fundamentos. Estábamos hablando del mundo empresarial, pero
igual vale para la vida cotidiana: los fundamentos son tu misión en la vida y
tus valores.
En este sentido, dentro del ámbito al que la vida me ha
conducido, distinto al suyo, yo quisiera hacerlo como mi padre, sabiendo que no
podré llegar tan lejos como él pese a que tuvo que lucharlo en circunstancias
más adversas. Él me inculcó unos valores y una misión, que sintetizo en un
onubensismo no vacío o de cara a la galería, sino cuajado de solidaridad y
ayuda a los demás; con responsabilidad, sobriedad, sencillez, sin alharacas,
pero con el corazón puesto en todo lo que hacía, ese gran corazón que fue el
último en resistir los embates de la enfermedad. Yo quisiera poder dejar alguna
huella, siguiendo su estela, aunque nunca será tan profunda como la suya. No
dejaré ni descendencia ni fortuna: no las tengo. Pero sí quisiera ser útil a
los demás (especialmente a los jóvenes) y a la sociedad tanto como pueda.
Quisiera que eso pudiera hacerlo, desarrollando todo el potencial que pudiera
tener, al servicio de mi comunidad, pero si no (me cuesta rendirme) buscaré
otra /s con lo único que tengo: convicción de que siempre hay que mirar hacia
arriba, capacidad de superación y algunos conocimientos, que sólo gracias a él,
y a lo que en toda su vida trabajó, pude acumular.
Como no sería nada sin él, este es un pequeño homenaje a mi
padre, Pepe Vargas, que siento la necesidad de compartir, sobre todo por los
valores que representó y que son tan necesarios en la sociedad actual. Ahí
quedó su obra, que hará que siempre esté con nosotros. No pasó sin más por la
vida, y eso es un motivo de orgullo.
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Publicado en Huelva Información, 5-4-15, p. 22.
¡GRACIAS!
ALGUNAS FOTOS QUE ME HAN ENVIADO
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