Si en mi último artículo (*) desgrané algunas ideas acerca de lo que yo haría en este tiempo, ahora trataré de explicar qué es lo que NO haría.
1.-Lo primero sería obviar de dónde venimos. No se trata de ser aguafiestas, sino realistas. El peaje en vidas humanas ha sido de decenas de miles de fallecidos, el grado de inmunización de la población española todavía es muy bajo (en torno al 5% solamente), no contamos aún con una vacuna ni con medicamentos específicos para tratar la enfermedad…No lo expreso desde ningún púlpito de especialista en nada que tenga que ver con la salud pública, sino, simple y llanamente, desde el sentido común y la prudencia, porque una vuelta atrás sería aún más terrible. Aunque no nos agrade, debemos hacer el ejercicio de imaginar las consecuencias reputacionales que tendría un rebrote en algún establecimiento/destino turístico en plena actividad estival. Es evidente que, aunque estemos mejor preparados por lo sufrido y aprendido en los últimos meses (cabe esperar que a partir de ahora haya planes de contingencia a punto), el riesgo cero no existe, a la vez que la hiper-sensibilidad ante las consecuencias de la pandemia aún es patente. Aunque la vida (social y económica) que el turismo nos aporta tiene que reactivarse, no se puede bajar la guardia ni relajarse ante la amenaza que, aunque mitigada, sigue representando el virus. Por tanto, atención a los límites.
2.-Confiar en la mera responsabilidad individual para garantizar un cierto distanciamiento social y, en general, el cumplimiento de las medidas de protección (de uno mismo y, sobre todo, de los demás) en, por ejemplo, las playas durante un fin de semana de canícula. Sería, cuando menos, una ingenuidad esperar tal grado de disciplina. No es nada fácil controlar esto, evidentemente, pero hay que hacer algo más que simplemente confiar: de la forma menos invasiva y más amable posible, es imprescindible poner límites y empezar a educar, desde ya, a la gente.
3.-Una comunicación a la antigua usanza que apela al sol, la playa, la fiesta, la diversión… descontextualizada de la situación presente. Aunque esto sea lo que a la gente, en general, le guste escuchar, los gestores públicos y privados del turismo tienen la responsabilidad de informar, a través de los canales más eficaces, de las pautas de comportamiento y de uso de los recursos y servicios turísticos que la excepcionalidad de este tiempo con coronavirus exige. Y, para transmitir confianza, es una información que debe facilitarse antes del acto de compra, no sólo cuando el turista llegue a su destino. Una previa concienciación lubricará las fricciones que es verosímil que se produzcan en un contexto que será inhabitual. También debería reducir las infracciones, atenuando la necesidad de aplicar medidas penalizadoras.
4.-No escuchar a los residentes en las comunidades locales receptoras de los flujos turísticos. Esta necesidad se está manifestando con mayor claridad en los entornos rurales. Aunque estos se hayan visto relativamente poco afectados por el virus, son colectivos frágiles (baste mirar la edad y la demográfica) y que, por ello, es fácil que recelen de una llegada de turistas que pueda poner en peligro su protección ante la pandemia. Por un lado, el turismo rural y de naturaleza (con sus casas, alojamientos, restaurantes…) puede ser uno de los segmentos beneficiados a corto plazo, pero, por otro, una afluencia de turistas superior a la habitual y/o con comportamientos inapropiados pueden generar rechazo y, por tanto, reacciones adversas (fóbicas) por el riesgo para la salud que los residentes pueden llegar a percibir. En otras palabras, la situación actual es una oportunidad para el medio rural, para esa llamada “España vaciada”, pero siempre hasta el punto en que quienes allí viven la acepten. En consecuencia, es fundamental que las Administraciones locales trabajen junto a esa población y a los empresarios y trabajadores ligados al turismo para buscar un equilibrio en el que todos se sientan cómodos y se minimicen los riesgos.
5.-Convertir los sellos o etiquetas de garantía sanitaria en un acto de fe. Terminan por serlo cuando su obtención se limita a una declaración responsable y los negocios operan sin una verificación independiente del cumplimiento de los requisitos establecidos para su obtención. Además de la confusión que genera su fragmentación (sectorial y territorial), que dificulta su reconocimiento por parte del cliente y, por tanto, limita su capacidad para transmitir confianza, si su obtención no se apoya en verificaciones o auditorías independientes pierden buena parte de su sentido. Cabe entender la presión del tiempo y la imposibilidad de un exhaustivo control a priori, pero se debería dejar patente, para reforzar su valor, que esas verificaciones tendrán lugar cuanto antes, además, idealmente, de su homologación a escala internacional. La percepción del auto-otorgamiento sería dañina, máxime si algún contagio tuviera lugar. Aunque esto puede ocurrir con verificación y sin ella, llevarla a efecto reforzaría la imagen que se desea transmitir, en la línea de reducir el riesgo todo lo posible. Téngase en cuenta que el eslabón más débil es determinante en la percepción de calidad de un destino, en la que ahora la seguridad ha ganado un gran peso.
En suma, lo que interesa más destacar en esta ocasión es que la gestión del turismo con coronavirus tiene un vector de información-comunicación-educación-concienciación que es fundamental, y que quizás no se esté trabajando lo suficiente. Un vector que tiene carácter preventivo y que debe abarcar no ya sólo a las empresas y profesionales (que están más que concernidos por los esfuerzos de adaptación en sus negocios), sino a los turistas y a los residentes. Ojalá que estos no sean eslabones perdidos en la apresurada planificación de la temporada que ya está en puertas.
A partir de ahí, lo último que no haría es creer que cuando alcancemos la fase post-coronavirus todo volverá a la vieja normalidad. La nueva normalidad provocará cambios positivos, que harán mejorar nuestros servicios a través de un uso más intensivo de las tecnologías, con un arraigo mayor de la causa de la sostenibilidad y el cambio climático, con una gobernanza más centrada en las personas, su seguridad, su salud, su bienestar, con más valor añadido…Y también podría provocar cambios en el propio sector y en la relación del mismo con quienes por acción, omisión, falta de empatía o de colaboración no han sumado lo que en sus capacidades estaba para la recuperación, en este impasse tan inédito como crucial, de una actividad económica tan fundamental para el conjunto de España. Deberíamos recordar, a tal efecto, la definición de locura atribuida a Einstein: hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. Esta locura no debería formar parte de la nueva normalidad.
https://www.hosteltur.com/comunidad/004200_este-verano-no-sera-post-sino-con.html |
Como siempre, el profesor Vargas acierta plenamente.
ResponderEliminarMe congratulo, Fermin, por venir de un juicio tan cualificado como el tuyo. Gracias.
ResponderEliminarEs cierto que la oferta será cualitativamente diferente y la demanda cambiará, así como necesariamente el comportamiento del cliente-usuario.
ResponderEliminarSospecho que también los precios sufrirán una variación al alza, dado que los requisitos que exige el virus, ahora y después, suponen un incremento considerable en los gastos de producción.
Dependerá mucho de las características de cada establecimiento, pero en general creo que los márgenes se ajustarán a la baja. La recesión difícilmente permitirá elevar los precios. Gracias por comentar, Aurelio.
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